Queridos Francisco y Tomás:
¿Os acordáis de aquella primera vez que nos pusimos un tambor y comenzamos a darle golpes sin saber a ciencia cierta cómo acertar a conseguir que aquello sonara como Dios manda? Nos miramos los tres sonriendo. Fue en Navidad. Por allí ya estaban colocando el Belén en uno de los rincones de la vieja capilla. Todo parecía indicar que el espumillón, el turrón y aquella rota zambomba que Nano encontró en uno de los viejos armarios harían presagiar unas navidades cargadas de magia. Como todas las que habíamos vivido anteriormente. Pero no. Era Semana Santa y el sonido de los tambores había vuelto loco al calendario. La tía Tere estaba faenando por allí cerca, preparando la merienda que todos los años se hacía en la Merced con motivo de las fiestas navideñas. Y sonreía al vernos con los tambores.
El resto de los primos, los amigos y nuestro hermano Jorge vendrían con el paso de los años. Por eso, este primer capítulo está dedicado a aquel primer momento, a aquel mágico instante que vivimos entre las cuatro paredes del destartalado local que nos servía como centro de reunión.
Insisto. Era Navidad, pero ya se respiraba a Semana Santa.
La atmósfera de unos primeros redobles recogidos en un artículo que una revista me publicó hace años.
Y como no podía ser de ninguna otra manera, dedicado a vosotros:
¿Os acordáis de aquella primera vez que nos pusimos un tambor y comenzamos a darle golpes sin saber a ciencia cierta cómo acertar a conseguir que aquello sonara como Dios manda? Nos miramos los tres sonriendo. Fue en Navidad. Por allí ya estaban colocando el Belén en uno de los rincones de la vieja capilla. Todo parecía indicar que el espumillón, el turrón y aquella rota zambomba que Nano encontró en uno de los viejos armarios harían presagiar unas navidades cargadas de magia. Como todas las que habíamos vivido anteriormente. Pero no. Era Semana Santa y el sonido de los tambores había vuelto loco al calendario. La tía Tere estaba faenando por allí cerca, preparando la merienda que todos los años se hacía en la Merced con motivo de las fiestas navideñas. Y sonreía al vernos con los tambores.
El resto de los primos, los amigos y nuestro hermano Jorge vendrían con el paso de los años. Por eso, este primer capítulo está dedicado a aquel primer momento, a aquel mágico instante que vivimos entre las cuatro paredes del destartalado local que nos servía como centro de reunión.
Insisto. Era Navidad, pero ya se respiraba a Semana Santa.
La atmósfera de unos primeros redobles recogidos en un artículo que una revista me publicó hace años.
Y como no podía ser de ninguna otra manera, dedicado a vosotros: