
Bien merecen estas dos imágenes el ir juntas en este mismo epígrafe, pues ambas forman parte de la Procesión del Encuentro, que se celebra el Martes Santo a eso de las ocho y media de la tarde. Y lo hacen desde 1951, naciendo como referencia al encuentro entre Jesús y María en la calle de la Amargura, tal y como lo evoca la Cuarta Estación del Vía Crucis, y más concretamente, en el maravilloso “Vía Crucis” escrito por Gerardo Diego en 1924, y que todos los hermanos cofrades leemos en la víspera del Domingo de Ramos:
Se ha abierto paso en las filas
una doliente mujer.
Tu Madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
¡Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón!
¡Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas!
¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?
Nazareno, nazarena,
dadme siquiera una poca
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.
En el mundo del cine, muchas han sido las películas que han hablado de la relación estrecha entre madre e hijo – cualquier madre y cualquier hijo – y aunque específicamente, esta escena del Encuentro entre María y Jesús la ha realizado como nadie Mel Gibson en “La Pasión de Cristo” – película de la que ya hablo largo y tendido en el capítulo “Pasión de cine” –, ahora me viene a la memoria aquella gran película en blanco y negro titulada “El intendente Sansho”, todo una maravilla dirigida por Kenji Mizoguchi en 1954, y cuya escena final es el dramático encuentro entre una madre y un hijo tras años sin verse. Todo un homenaje al inventor del pañuelo y a los grandes del cine. Y también evoco en estos momentos, por el trauma que me supuso en aquellos mis primeros años frente al televisor, aquella serie de Marco, que se pasaba no sé cuántos capítulos buscando a su madre desde los Apeninos a los Andes – como comprobarán, las imágenes de la infancia le acompañan a uno hasta estas otras imágenes de la edad medianamente adulta en el que el ordenador y la alta tecnología hacen que a cada segundo se evoque con franca nostalgia el mundo de los sentimientos y de las cosas hechas de manera artesanal y “de verdad” –. Pero el caso es que este Encuentro recreado en Semana Santa se realiza a la inversa de lo relatado anteriormente. Este es un encuentro entre la madre que va al hijo de manera desesperada y completamente amarga – brillante advocación la de la “Virgen de la Amargura” –.
Pero a lo que iba. Recuerdo también que en aquellos primeros años en los que yo era un mero espectador infantil, acompañaba a mi madre a la plaza de Alfonso XIII, a la del Ayuntamiento, o a la Porticada, pues este emotivo acto se ha desarrollado a lo largo de la historia, en diferentes enclaves, lo que no restaba importancia al evento – es más, en esta Semana Santa de 2004, ha tenido que realizarse en un lateral de la Plaza Porticada al encontrarse la parte central de esta en obras, lo cual no ha restado público ni mérito para el lucimiento de estas dos imágenes –.
Ya por separado, y comenzando por “La Virgen de la Amargura”, resaltar que – según algunas crónicas – esta imagen data de 1942, fue realizada en las Escuelas Salesianas de Sarriá de Barcelona, pero que hay indicios que apuntan que la primitiva Virgen que procesionaba por el barrio de Maliaño regentado por los Padres Pasionistas en aquella primera mitad del siglo XX, no fue destruida en 1936 – fecha de inicio de la Guerra Civil de nuestros abuelos – por lo que, si hacemos caso, esta “Virgen de la Amargura” sería aquella que se bendijo en 1909 y sería, entonces, la más antigua de cuantas procesionan por esta nuestra ciudad.
Se ha abierto paso en las filas
una doliente mujer.
Tu Madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
¡Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón!
¡Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas!
¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?
Nazareno, nazarena,
dadme siquiera una poca
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.
En el mundo del cine, muchas han sido las películas que han hablado de la relación estrecha entre madre e hijo – cualquier madre y cualquier hijo – y aunque específicamente, esta escena del Encuentro entre María y Jesús la ha realizado como nadie Mel Gibson en “La Pasión de Cristo” – película de la que ya hablo largo y tendido en el capítulo “Pasión de cine” –, ahora me viene a la memoria aquella gran película en blanco y negro titulada “El intendente Sansho”, todo una maravilla dirigida por Kenji Mizoguchi en 1954, y cuya escena final es el dramático encuentro entre una madre y un hijo tras años sin verse. Todo un homenaje al inventor del pañuelo y a los grandes del cine. Y también evoco en estos momentos, por el trauma que me supuso en aquellos mis primeros años frente al televisor, aquella serie de Marco, que se pasaba no sé cuántos capítulos buscando a su madre desde los Apeninos a los Andes – como comprobarán, las imágenes de la infancia le acompañan a uno hasta estas otras imágenes de la edad medianamente adulta en el que el ordenador y la alta tecnología hacen que a cada segundo se evoque con franca nostalgia el mundo de los sentimientos y de las cosas hechas de manera artesanal y “de verdad” –. Pero el caso es que este Encuentro recreado en Semana Santa se realiza a la inversa de lo relatado anteriormente. Este es un encuentro entre la madre que va al hijo de manera desesperada y completamente amarga – brillante advocación la de la “Virgen de la Amargura” –.
Pero a lo que iba. Recuerdo también que en aquellos primeros años en los que yo era un mero espectador infantil, acompañaba a mi madre a la plaza de Alfonso XIII, a la del Ayuntamiento, o a la Porticada, pues este emotivo acto se ha desarrollado a lo largo de la historia, en diferentes enclaves, lo que no restaba importancia al evento – es más, en esta Semana Santa de 2004, ha tenido que realizarse en un lateral de la Plaza Porticada al encontrarse la parte central de esta en obras, lo cual no ha restado público ni mérito para el lucimiento de estas dos imágenes –.
Ya por separado, y comenzando por “La Virgen de la Amargura”, resaltar que – según algunas crónicas – esta imagen data de 1942, fue realizada en las Escuelas Salesianas de Sarriá de Barcelona, pero que hay indicios que apuntan que la primitiva Virgen que procesionaba por el barrio de Maliaño regentado por los Padres Pasionistas en aquella primera mitad del siglo XX, no fue destruida en 1936 – fecha de inicio de la Guerra Civil de nuestros abuelos – por lo que, si hacemos caso, esta “Virgen de la Amargura” sería aquella que se bendijo en 1909 y sería, entonces, la más antigua de cuantas procesionan por esta nuestra ciudad.