


Así todo, dicha reforma llegaría a mediados del 2000. Cuando finalizó la Semana Santa, ni los Pasos ni nuestros enseres regresaron a nuestra vieja capilla. El Gobierno regional puso a nuestra disposición una nave en los aledaños de Raos para que pudiésemos almacenarlo todo mientras durase la reforma. Y es que, tras conversaciones con el Consejero de Cultura, D. Antonio Cagigas, y con el arquitecto de la obra, Sr. Peridis, se dispuso que las obras durarían alrededor de varios meses, por lo que, aparte de no poder realizar nuestras eucaristías dominicales, se debería desmantelar todo el local para un mejor desarrollo de las obras.
Con los planos en la mano, vimos todos cómo el local anexo a la capilla, lugar de reuniones y celebraciones, quedaba completamente fulminado, por lo que, por permuta, nos darían un sótano justo debajo del altar, para que pudiésemos seguir con nuestras reuniones. También desaparecía la luz natural que se filtraba a través de las vidrieras al eliminar también el patio que separaba ambos edificios – capilla y cine –. Para tal fin, Peridis diseñó una hornacina para colocar una imagen y propuso el poner luz artificial a las vidrieras para que siguiera teniendo el encanto de la “luz multicolor”… En definitiva, que tras las buenas palabras y los buenos propósitos iniciales, se desalojó todo lo que allí se encontraba tras realizar el consabido inventario. Por si acaso.
El “Ecce Homo”, la “Piedad”, la imagen central del altar de Nuestra Señora de la Merced, y varias imágenes más que teníamos sobre peanas, fueron a parar al convento de las Siervas de María, las cuales se mostraron encantadas de poder custodiar imágenes tan “preciosas y dispuestas para la devoción de las hermanas”; las maletas con los hábitos y demás enseres litúrgicos – también por si acaso – fueron a parar a una buhardilla de la familia. El resto, bancos, sillas y sillones, reclinatorio, confesionario, y un largísimo etcétera, fueron para Raos, en la misma nave donde se almacenaban coches, andas de otras cofradías y demás lindezas gubernamentales.
El adiós definitivo al viejo local anexo a la capilla se produjo en mayo del 2000, cuando tras una última mirada, y tras intentar deshacerse del nudo en el corazón, nuestro Javi Martínez echó el cerrojo a una habitación destartalada que había formado parte de nuestra vida durante veinte años. Y ya no cabía pensar en nada que no fuera el buen desarrollo de las obras y el soñar con que la capilla nos quedaría bonita. Eso, y anhelar que las hojas del calendario – como las hojas de los árboles en otoño – comenzaran a caerse una tras otra.
Hubo voces que pensaron y gritaron que todo era una estratagema del Gobierno para deshacerse de ese “muerto” que era una vieja capilla – el mismísimo Consejero ignoraba que allí se realizara culto alguno –, incluso hubo quien meditó y pensó que la voz de alarma se había dado demasiado tarde. Por nuestra parte, sin embargo, sólo nos restaba seguir paseando por la calle Bonifaz para ver qué tal iba todo. Mi tío Miguel Angel, flamante tesorero de la cofradía, se compró incluso un casco de obra para colarse en la misma para comprobar “in situ” que a su vieja capilla no se la estaría transformado en un esperpento moderno o, incluso, para cafetería de la Filmoteca. Que de todo podría pensarse.
Así todo, la labor que a lo largo del año desarrolla la cofradía no se vio interrumpida por las obras de remodelación del solar. En septiembre, se realizó nuestro habitual triduo a Nuestra Señora de la Merced en la capilla de las Siervas de María, y el día veinticuatro, nuestro día grande, tras la misa nos fuimos todos a picar algo al Mesón de Valdeolea, lugar de encuentro y picoteo de la cofradía desde hace muchos años hasta que también cerrara para siempre.
A tenor de esto último, recuerdo cómo de antes, a principios de los ochenta, el día veinticuatro de septiembre se sacaba a la Virgen de la Merced que ocupa la parte central de nuestro altar, en procesión por las calles colindantes y sobre el hombro de nuestros costaleros. Y luego, la gran eucaristía donde se nombraba a los nuevos cofrades realizando el juramento de cumplimiento de las normas establecidas para tal fin. Y todo con la pompa de siempre, con el Hermano Mayor y el Secretario portando el Libro de Reglas, con el aspirante arrodillado en el reclinatorio, y con un par de ayudantes junto a él para vestirle el hábito. Un ritual sencillo para admitir a un nuevo Hermano entre nosotros.
En Navidad de aquel año, nuestro vocal de Caridad pudo desempeñar su función de recogida y selección de juguetes también en uno de los locales de las monjitas de la calle Santa Lucía, nuestras queridas Siervas. Allí, se realizaron, como todos los años, los paquetes de regalos para los hijos de los presos. Y allí, también, se respiraba el aroma de la vieja capilla de la Merced, a la que veíamos todos los días rodeada de andamios, barro y grúas por todas partes.
Debido a las obras de remodelación, muchos pensaron que la cofradía no procesionaría en la Semana Santa de 2001. Pero se equivocaban los que presagiaban un nuevo final para la Cofradía de la Merced:
“La Archicofradía de la Celeste, Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced no faltará este año a las procesiones de Semana Santa a pesar de seguir desalojada de su sede, en la calle Bonifaz, al realizarse obras en el edificio que alberga la capilla. La Cofradía de la Merced se fundó en 1942 y desde el cuatro de mayo de 1949 ocupa la sede y capilla de la calle Bonifaz.
Desde mayo del 2000, la cofradía se encuentra desalojada de sus locales en la calle Bonifaz. Su capilla forma parte del edificio del cine Bonifaz, que en la actualidad se encuentra en fase de reconstrucción para ser convertido en la Filmoteca Regional.
A pesar de no tener sede, la cofradía no ha dejado de realizar actividades. En Navidad desarrolló la habitual campaña de juguetes para los hijos de los presos (se entregaron juguetes a noventa niños) y se entregaron ayudas a los mismos.
La Merced también ha solicitado en octubre pasado al Ministerio de Justicia la liberación de un condenado.
Las imágenes de la Merced se encuentran, mientras duren las obras, en el convento de las Siervas de María de la calle Santa Lucía. Las andas, candelabros, bancos de la capilla y ornamentos, se encuentran en una nave propiedad del Gobierno de Cantabria. En las Siervas de María se ha celebrado también el triduo de la Merced (septiembre) y en la Casa de la Iglesia (calle Isabel la Católica) las reuniones de cofrades.
La Merced, que procesiona en solitario en la jornada de Miércoles Santo y en las tardes de Jueves y Viernes Santo, partirá este año desde la iglesia de los Carmelitas gracias al apoyo mostrado por la Cofradía de la Inmaculada, que tiene su sede en esta veterana parroquia.
La entrega de los hábitos a los cofrades se está desarrollando en las instalaciones de las Siervas de María, de lunes a viernes, entre seis y ocho de la tarde hasta el próximo jueves, cinco de abril.
La Cofradía de la Merced, además, variará su itinerario de la tarde de Miércoles Santo al regresar de la prisión, incluyendo la Bajada de Sutileza y las calles de Cádiz, Alfonso XIII, Plaza Porticada, Plaza del Príncipe, Arrabal, Santa Lucía y Lope de Vega hasta llegar al Carmen.
Juan Carlos Flores Gispert – Diario Montañés, 2 de abril de 2001”
Con los planos en la mano, vimos todos cómo el local anexo a la capilla, lugar de reuniones y celebraciones, quedaba completamente fulminado, por lo que, por permuta, nos darían un sótano justo debajo del altar, para que pudiésemos seguir con nuestras reuniones. También desaparecía la luz natural que se filtraba a través de las vidrieras al eliminar también el patio que separaba ambos edificios – capilla y cine –. Para tal fin, Peridis diseñó una hornacina para colocar una imagen y propuso el poner luz artificial a las vidrieras para que siguiera teniendo el encanto de la “luz multicolor”… En definitiva, que tras las buenas palabras y los buenos propósitos iniciales, se desalojó todo lo que allí se encontraba tras realizar el consabido inventario. Por si acaso.
El “Ecce Homo”, la “Piedad”, la imagen central del altar de Nuestra Señora de la Merced, y varias imágenes más que teníamos sobre peanas, fueron a parar al convento de las Siervas de María, las cuales se mostraron encantadas de poder custodiar imágenes tan “preciosas y dispuestas para la devoción de las hermanas”; las maletas con los hábitos y demás enseres litúrgicos – también por si acaso – fueron a parar a una buhardilla de la familia. El resto, bancos, sillas y sillones, reclinatorio, confesionario, y un largísimo etcétera, fueron para Raos, en la misma nave donde se almacenaban coches, andas de otras cofradías y demás lindezas gubernamentales.
El adiós definitivo al viejo local anexo a la capilla se produjo en mayo del 2000, cuando tras una última mirada, y tras intentar deshacerse del nudo en el corazón, nuestro Javi Martínez echó el cerrojo a una habitación destartalada que había formado parte de nuestra vida durante veinte años. Y ya no cabía pensar en nada que no fuera el buen desarrollo de las obras y el soñar con que la capilla nos quedaría bonita. Eso, y anhelar que las hojas del calendario – como las hojas de los árboles en otoño – comenzaran a caerse una tras otra.
Hubo voces que pensaron y gritaron que todo era una estratagema del Gobierno para deshacerse de ese “muerto” que era una vieja capilla – el mismísimo Consejero ignoraba que allí se realizara culto alguno –, incluso hubo quien meditó y pensó que la voz de alarma se había dado demasiado tarde. Por nuestra parte, sin embargo, sólo nos restaba seguir paseando por la calle Bonifaz para ver qué tal iba todo. Mi tío Miguel Angel, flamante tesorero de la cofradía, se compró incluso un casco de obra para colarse en la misma para comprobar “in situ” que a su vieja capilla no se la estaría transformado en un esperpento moderno o, incluso, para cafetería de la Filmoteca. Que de todo podría pensarse.
Así todo, la labor que a lo largo del año desarrolla la cofradía no se vio interrumpida por las obras de remodelación del solar. En septiembre, se realizó nuestro habitual triduo a Nuestra Señora de la Merced en la capilla de las Siervas de María, y el día veinticuatro, nuestro día grande, tras la misa nos fuimos todos a picar algo al Mesón de Valdeolea, lugar de encuentro y picoteo de la cofradía desde hace muchos años hasta que también cerrara para siempre.
A tenor de esto último, recuerdo cómo de antes, a principios de los ochenta, el día veinticuatro de septiembre se sacaba a la Virgen de la Merced que ocupa la parte central de nuestro altar, en procesión por las calles colindantes y sobre el hombro de nuestros costaleros. Y luego, la gran eucaristía donde se nombraba a los nuevos cofrades realizando el juramento de cumplimiento de las normas establecidas para tal fin. Y todo con la pompa de siempre, con el Hermano Mayor y el Secretario portando el Libro de Reglas, con el aspirante arrodillado en el reclinatorio, y con un par de ayudantes junto a él para vestirle el hábito. Un ritual sencillo para admitir a un nuevo Hermano entre nosotros.
En Navidad de aquel año, nuestro vocal de Caridad pudo desempeñar su función de recogida y selección de juguetes también en uno de los locales de las monjitas de la calle Santa Lucía, nuestras queridas Siervas. Allí, se realizaron, como todos los años, los paquetes de regalos para los hijos de los presos. Y allí, también, se respiraba el aroma de la vieja capilla de la Merced, a la que veíamos todos los días rodeada de andamios, barro y grúas por todas partes.
Debido a las obras de remodelación, muchos pensaron que la cofradía no procesionaría en la Semana Santa de 2001. Pero se equivocaban los que presagiaban un nuevo final para la Cofradía de la Merced:
“La Archicofradía de la Celeste, Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced no faltará este año a las procesiones de Semana Santa a pesar de seguir desalojada de su sede, en la calle Bonifaz, al realizarse obras en el edificio que alberga la capilla. La Cofradía de la Merced se fundó en 1942 y desde el cuatro de mayo de 1949 ocupa la sede y capilla de la calle Bonifaz.
Desde mayo del 2000, la cofradía se encuentra desalojada de sus locales en la calle Bonifaz. Su capilla forma parte del edificio del cine Bonifaz, que en la actualidad se encuentra en fase de reconstrucción para ser convertido en la Filmoteca Regional.
A pesar de no tener sede, la cofradía no ha dejado de realizar actividades. En Navidad desarrolló la habitual campaña de juguetes para los hijos de los presos (se entregaron juguetes a noventa niños) y se entregaron ayudas a los mismos.
La Merced también ha solicitado en octubre pasado al Ministerio de Justicia la liberación de un condenado.
Las imágenes de la Merced se encuentran, mientras duren las obras, en el convento de las Siervas de María de la calle Santa Lucía. Las andas, candelabros, bancos de la capilla y ornamentos, se encuentran en una nave propiedad del Gobierno de Cantabria. En las Siervas de María se ha celebrado también el triduo de la Merced (septiembre) y en la Casa de la Iglesia (calle Isabel la Católica) las reuniones de cofrades.
La Merced, que procesiona en solitario en la jornada de Miércoles Santo y en las tardes de Jueves y Viernes Santo, partirá este año desde la iglesia de los Carmelitas gracias al apoyo mostrado por la Cofradía de la Inmaculada, que tiene su sede en esta veterana parroquia.
La entrega de los hábitos a los cofrades se está desarrollando en las instalaciones de las Siervas de María, de lunes a viernes, entre seis y ocho de la tarde hasta el próximo jueves, cinco de abril.
La Cofradía de la Merced, además, variará su itinerario de la tarde de Miércoles Santo al regresar de la prisión, incluyendo la Bajada de Sutileza y las calles de Cádiz, Alfonso XIII, Plaza Porticada, Plaza del Príncipe, Arrabal, Santa Lucía y Lope de Vega hasta llegar al Carmen.
Juan Carlos Flores Gispert – Diario Montañés, 2 de abril de 2001”
En otoño de 2001 volvimos a la capilla de la Merced. Nos esperaba mucho trabajo si la queríamos tener lista para la inauguración que tendría lugar, tras varias deliberaciones, el día cuatro de mayo del 2002 por coincidir dicha fecha con el sesenta aniversario de la fundación de la cofradía. Sin embargo, la misa dominical volvería a celebrarse ese mismo año, el ocho de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Por tanto, las prisas eran inminentes ante la avalancha de viajes desde Raos para volver a traer todo el mobiliario de la capilla. Viajes hasta la buhardilla donde estaban guardadas las maletas con los hábitos. Viajes hasta las Siervas para volver a traer las imágenes…
A la vieja capilla de la Merced nos la habían pintado los frisos de madera de color azul, le habían quitado los papeles de las paredes y nos las habían pintado de color crema e incluso la balaustrada del coro estaba de color azul. Sin embargo, no nos habían resuelto el problema de las humedades, y del Gobierno Cántabro no habíamos conseguido ni una mala subvención o una ayuda económica por haber estado cerrados algo más de año y medio. Máxime, cuando descubrimos que los viejos bancos de la capilla estaban en su totalidad inservibles pues la humedad de la nave de Raos había terminado con ellos. Incluso la limpieza de las lámparas corrió por nuestra cuenta., al igual que un montón de detalles que se habían quedado sin pulir – parece ser que la partida presupuestaria para la restauración de la capilla se había visto considerablemente reducida. Así se explican todos los desastres y aberraciones de las que fuimos todos testigos con el paso del tiempo –.
Para colmo, también descubrimos que la sala de cine de la Filmoteca no estaba insonorizada, por lo que un simple estornudo en la capilla ya dificultaba el que los espectadores pudieran seguir el hilo argumental de la película – y no exagero nada –. Teníamos que ponernos de acuerdo con los del cine para poder colgar nuestros cuadros y los Vía Crucis con el taladro. Incluso los horarios de ensayos de la Banda de Tambores se vio alterado pues la tamborrada retumbaba de lo lindo en mitad de la sala de proyecciones. Incluso hubo gente que protestó al respecto publicando cartas en el periódico, como una señora que, con sorna y pitorreo, decía que lo de la Filmoteca de Cantabria era algo “colosal”, ya que por dos euros, uno podía disfrutar de una buena película y del ensayo de tambores de la cofradía de Semana Santa. Pero, en fin, teniendo en cuenta que tampoco han podido poner cafetería en la sede de la Filmoteca, y que la gente tiene que esperar en la calle a que salgan los de la sesión anterior para no hacer ruido por los pasillos, la carcajada y la anécdota están servidas y siempre a la orden del día – supongo que la misma carcajada de los que acometieron la obra a la hora de cobrar su correspondiente talón, aunque este es otro debate que no viene a cuento… –.
Total, que como las lamentaciones no conducen nunca a buen puerto, nos armamos de valor para que todo estuviera preparado para la “vuelta al ruedo”. Y lo que mas nos urgía era cómo solucionar el tema de los bancos de la iglesia. Se pensó en pedir subvenciones que nunca llegaron, en solicitar ayudas que no se tramitaron. En definitiva, que tuvimos que echar manos de nuestra feligresía y de la lotería de Navidad para sufragar, por nuestra cuenta – como casi todo – la compra de unos bancos nuevos. Y mientras el dinero llegaba, solventamos la papeleta con sillas de terraza de bar – como lo están leyendo y con un par bien puesto –. Y deberían haber visto las caras de las gentes al entrar de nuevo en la capilla de la Merced el día de la Virgen, verla tan “radiante” con el nuevo colorido, y aquellas sillas blancas de plástico que no sólo daban el cante sino que, además, eran comodísimas.
Nuestro consiliario, el Padre Juan Angel, ya soltó en su homilía los gastos que la Merced había desembolsado de sus propios bolsillos para que el culto a la Virgen de la Merced siguiera estando a la orden del día. Y todos los allí presentes lo comprendieron al momento. Y se pudo comprobar el día del sorteo de la Lotería de Navidad, cuando el número que jugaba la cofradía optó a la devolución del importe y un gran porcentaje de gente no solicitó el reintegro de sus participaciones. De esa manera, el tesorero se encontró con un buen remanente, por lo que, al margen de donaciones privadas, pudo hacerse frente al coste de unos bancos nuevos. Realidad que se vio cumplida el Domingo de Ramos de 2002, cuando los feligreses que acudieron a la Bendición de los Ramos en la capilla, pudo sentarse en bancos hermosos y cómodos, olvidando así, y de un plumazo, los tres meses en que lo habían hecho en sillas de plástico que, al margen de lo antiestético, habían salvado “con dignidad” a la capilla de tener que participar en la eucaristía dominical de pie.
La reinauguración oficial de la nueva capilla se efectuó, como se ha citado anteriormente, el cuatro de mayo de 2002, con la asistencia de nuestros amigos de la Merced de Bilbao, de nuestra Junta de Cofradías y con la presencia de autoridades, como la del Consejero de Cultura, Sr. Cagigas, a quien nuestro vocal de Piedad, D. Félix López Hoya solicitó hasta la saciedad ayudas para seguir fomentando el culto a la Virgen de la Merced. Pero ni por esas.
Aquel cuatro de mayo la capilla de la Merced estaba más a rebosar que nunca. Los miembros de la Junta de Gobierno vestimos el manto de la Orden ocupando los primeros bancos. Cinco hermanos se hicieron cofrades aquel día. Y luego, en hermandad, fuimos a comer al Greco, donde pusimos colofón a un día especial para todos los miembros de esta Archicofradía de la Celeste, Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced.
En el capítulo “Desde el sentimiento”, aparece un texto de mi amiga Teresa Saro en el que se hace referencia a aquel maravilloso día, por lo tanto, huelga el que se den más explicaciones de lo que pasó en tan señalada fecha. Sin embargo, es de recibo que vuelva a traerlo a colación ya que aquel texto finalizaba con una posdata trágica. A los pocos días de nuestro gran día, nuestro Hermano Mayor, D. Gabino Llaca, fallecía tras una larga enfermedad. Y aquel día no pudo estar con nosotros, pero si pudo ver en persona la restauración de su querida “capilluca”.
La Semana Santa anterior, la cofradía le había rendido un homenaje que hizo que todos acabáramos llorando como una Magdalena. El día de Viernes Santo, la cofradía pasó por las proximidades de su vivienda. Y él, desde su ventana, pudo ver a sus muchachos de la Merced y a la Piedad en procesión. El nudo en la garganta estuvo bien presente en aquel momento. Por eso, y por muchas cosas más, cuando supe de la noticia de su triste fallecimiento, no pude más que ponerme ante el ordenador para dedicarle unas palabras bien merecidas. Sólo tuve que pensar en los años que compartimos juntos un sinfín de vivencias entre las cuatro paredes de la capilla y dejar que mis manos fluyeran por entre el teclado.
El texto apareció publicado en el Diario Montañés. Pero ya estaba publicado desde hacía muchos años en cada latido de nuestros corazones. Y ahora, de nuevo, vuelvo a hacerte presente, querido Gabino, desde las páginas de este “concierto de recuerdos”:
A la vieja capilla de la Merced nos la habían pintado los frisos de madera de color azul, le habían quitado los papeles de las paredes y nos las habían pintado de color crema e incluso la balaustrada del coro estaba de color azul. Sin embargo, no nos habían resuelto el problema de las humedades, y del Gobierno Cántabro no habíamos conseguido ni una mala subvención o una ayuda económica por haber estado cerrados algo más de año y medio. Máxime, cuando descubrimos que los viejos bancos de la capilla estaban en su totalidad inservibles pues la humedad de la nave de Raos había terminado con ellos. Incluso la limpieza de las lámparas corrió por nuestra cuenta., al igual que un montón de detalles que se habían quedado sin pulir – parece ser que la partida presupuestaria para la restauración de la capilla se había visto considerablemente reducida. Así se explican todos los desastres y aberraciones de las que fuimos todos testigos con el paso del tiempo –.
Para colmo, también descubrimos que la sala de cine de la Filmoteca no estaba insonorizada, por lo que un simple estornudo en la capilla ya dificultaba el que los espectadores pudieran seguir el hilo argumental de la película – y no exagero nada –. Teníamos que ponernos de acuerdo con los del cine para poder colgar nuestros cuadros y los Vía Crucis con el taladro. Incluso los horarios de ensayos de la Banda de Tambores se vio alterado pues la tamborrada retumbaba de lo lindo en mitad de la sala de proyecciones. Incluso hubo gente que protestó al respecto publicando cartas en el periódico, como una señora que, con sorna y pitorreo, decía que lo de la Filmoteca de Cantabria era algo “colosal”, ya que por dos euros, uno podía disfrutar de una buena película y del ensayo de tambores de la cofradía de Semana Santa. Pero, en fin, teniendo en cuenta que tampoco han podido poner cafetería en la sede de la Filmoteca, y que la gente tiene que esperar en la calle a que salgan los de la sesión anterior para no hacer ruido por los pasillos, la carcajada y la anécdota están servidas y siempre a la orden del día – supongo que la misma carcajada de los que acometieron la obra a la hora de cobrar su correspondiente talón, aunque este es otro debate que no viene a cuento… –.
Total, que como las lamentaciones no conducen nunca a buen puerto, nos armamos de valor para que todo estuviera preparado para la “vuelta al ruedo”. Y lo que mas nos urgía era cómo solucionar el tema de los bancos de la iglesia. Se pensó en pedir subvenciones que nunca llegaron, en solicitar ayudas que no se tramitaron. En definitiva, que tuvimos que echar manos de nuestra feligresía y de la lotería de Navidad para sufragar, por nuestra cuenta – como casi todo – la compra de unos bancos nuevos. Y mientras el dinero llegaba, solventamos la papeleta con sillas de terraza de bar – como lo están leyendo y con un par bien puesto –. Y deberían haber visto las caras de las gentes al entrar de nuevo en la capilla de la Merced el día de la Virgen, verla tan “radiante” con el nuevo colorido, y aquellas sillas blancas de plástico que no sólo daban el cante sino que, además, eran comodísimas.
Nuestro consiliario, el Padre Juan Angel, ya soltó en su homilía los gastos que la Merced había desembolsado de sus propios bolsillos para que el culto a la Virgen de la Merced siguiera estando a la orden del día. Y todos los allí presentes lo comprendieron al momento. Y se pudo comprobar el día del sorteo de la Lotería de Navidad, cuando el número que jugaba la cofradía optó a la devolución del importe y un gran porcentaje de gente no solicitó el reintegro de sus participaciones. De esa manera, el tesorero se encontró con un buen remanente, por lo que, al margen de donaciones privadas, pudo hacerse frente al coste de unos bancos nuevos. Realidad que se vio cumplida el Domingo de Ramos de 2002, cuando los feligreses que acudieron a la Bendición de los Ramos en la capilla, pudo sentarse en bancos hermosos y cómodos, olvidando así, y de un plumazo, los tres meses en que lo habían hecho en sillas de plástico que, al margen de lo antiestético, habían salvado “con dignidad” a la capilla de tener que participar en la eucaristía dominical de pie.
La reinauguración oficial de la nueva capilla se efectuó, como se ha citado anteriormente, el cuatro de mayo de 2002, con la asistencia de nuestros amigos de la Merced de Bilbao, de nuestra Junta de Cofradías y con la presencia de autoridades, como la del Consejero de Cultura, Sr. Cagigas, a quien nuestro vocal de Piedad, D. Félix López Hoya solicitó hasta la saciedad ayudas para seguir fomentando el culto a la Virgen de la Merced. Pero ni por esas.
Aquel cuatro de mayo la capilla de la Merced estaba más a rebosar que nunca. Los miembros de la Junta de Gobierno vestimos el manto de la Orden ocupando los primeros bancos. Cinco hermanos se hicieron cofrades aquel día. Y luego, en hermandad, fuimos a comer al Greco, donde pusimos colofón a un día especial para todos los miembros de esta Archicofradía de la Celeste, Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced.
En el capítulo “Desde el sentimiento”, aparece un texto de mi amiga Teresa Saro en el que se hace referencia a aquel maravilloso día, por lo tanto, huelga el que se den más explicaciones de lo que pasó en tan señalada fecha. Sin embargo, es de recibo que vuelva a traerlo a colación ya que aquel texto finalizaba con una posdata trágica. A los pocos días de nuestro gran día, nuestro Hermano Mayor, D. Gabino Llaca, fallecía tras una larga enfermedad. Y aquel día no pudo estar con nosotros, pero si pudo ver en persona la restauración de su querida “capilluca”.
La Semana Santa anterior, la cofradía le había rendido un homenaje que hizo que todos acabáramos llorando como una Magdalena. El día de Viernes Santo, la cofradía pasó por las proximidades de su vivienda. Y él, desde su ventana, pudo ver a sus muchachos de la Merced y a la Piedad en procesión. El nudo en la garganta estuvo bien presente en aquel momento. Por eso, y por muchas cosas más, cuando supe de la noticia de su triste fallecimiento, no pude más que ponerme ante el ordenador para dedicarle unas palabras bien merecidas. Sólo tuve que pensar en los años que compartimos juntos un sinfín de vivencias entre las cuatro paredes de la capilla y dejar que mis manos fluyeran por entre el teclado.
El texto apareció publicado en el Diario Montañés. Pero ya estaba publicado desde hacía muchos años en cada latido de nuestros corazones. Y ahora, de nuevo, vuelvo a hacerte presente, querido Gabino, desde las páginas de este “concierto de recuerdos”:
“El pasado diez de mayo falleció Gabino Llaca, el Hermano Mayor de mi cofradía, la Merced. Una fecha inolvidable ya que coincide con la de mi cumpleaños. Cosas del destino.
A Gabino le conocí allá por el ochenta y cuatro, cuando junto a mis hermanos, entré por vez primera en la vieja capilla de la Merced auspiciados por nuestros tíos para que formáramos parte de la Banda de Tambores y Cornetas. Y Gabino andaba por allí, con su gabardina, su gorra y su bastón, supervisando cada pequeño detalle que anduviera perdido para que todo saliera como deben salir las cosas que se hacen con el corazón. Es decir, empleando para ello cada latido y cada impulso, cada mínima parte de la energía vital y el más amplio porcentaje de sentimiento del que pueda disponer el ser humano.
A Gabino, los latidos le duraron hasta pasados los noventa años; el impulso lo tenía bien patente las veinticuatro horas del día; su energía vital la sacaba a relucir en cada golpe de bastón en el suelo como muestra del “aquí estoy yo” que tantas veces hace falta decir para que la cosa no se desmadre; y el sentimiento, en cada momento de evocación y recuerdo de aquellos que estuvieron con él en los inicios, con los que trabajó codo con codo para sacar a flote una empresa tan querida y sentida para ellos como lo era su Archicofradía de la Merced, y que se fueron para siempre a reservarle una butaca en primera fila pasillo para contemplar que, ahora, la vieja capilla no lo es tanto, que han quitado los papeles de las paredes, la han pintado de azul y crema y que tiene bancos nuevos.
Recuerdo, Gabino, que al verme preparado para salir en procesión el Jueves Santo de 1985 con mi bombo y mis correajes, me dijiste: “chaval, espero que dejes sordo al personal y que se note que eres de la Merced”. Pues bien, ahora soy yo el que te dice que cada vez que sientas que se acerca Semana Santa, corras a buscar a todos aquellos que un buen día fueron de la Merced. Búscales por cada rincón del cielo y por entre las nubes, y diles, de mi parte, que Moncho, como todos los años, te pedirá permiso para sacar la cofradía a la calle, y que, como si nada hubiera pasado, el Nazareno y la Piedad procesionarán por Santander al ritmo de unos tambores y unas cornetas que, prometido, seguirán dejando sordo a más de uno”
A Gabino le conocí allá por el ochenta y cuatro, cuando junto a mis hermanos, entré por vez primera en la vieja capilla de la Merced auspiciados por nuestros tíos para que formáramos parte de la Banda de Tambores y Cornetas. Y Gabino andaba por allí, con su gabardina, su gorra y su bastón, supervisando cada pequeño detalle que anduviera perdido para que todo saliera como deben salir las cosas que se hacen con el corazón. Es decir, empleando para ello cada latido y cada impulso, cada mínima parte de la energía vital y el más amplio porcentaje de sentimiento del que pueda disponer el ser humano.
A Gabino, los latidos le duraron hasta pasados los noventa años; el impulso lo tenía bien patente las veinticuatro horas del día; su energía vital la sacaba a relucir en cada golpe de bastón en el suelo como muestra del “aquí estoy yo” que tantas veces hace falta decir para que la cosa no se desmadre; y el sentimiento, en cada momento de evocación y recuerdo de aquellos que estuvieron con él en los inicios, con los que trabajó codo con codo para sacar a flote una empresa tan querida y sentida para ellos como lo era su Archicofradía de la Merced, y que se fueron para siempre a reservarle una butaca en primera fila pasillo para contemplar que, ahora, la vieja capilla no lo es tanto, que han quitado los papeles de las paredes, la han pintado de azul y crema y que tiene bancos nuevos.
Recuerdo, Gabino, que al verme preparado para salir en procesión el Jueves Santo de 1985 con mi bombo y mis correajes, me dijiste: “chaval, espero que dejes sordo al personal y que se note que eres de la Merced”. Pues bien, ahora soy yo el que te dice que cada vez que sientas que se acerca Semana Santa, corras a buscar a todos aquellos que un buen día fueron de la Merced. Búscales por cada rincón del cielo y por entre las nubes, y diles, de mi parte, que Moncho, como todos los años, te pedirá permiso para sacar la cofradía a la calle, y que, como si nada hubiera pasado, el Nazareno y la Piedad procesionarán por Santander al ritmo de unos tambores y unas cornetas que, prometido, seguirán dejando sordo a más de uno”