


El “Ecce Homo”, la soberbia creación de Andrés Novo Cuadrillero, data de 1948, aunque ya en 1943 realizó una talla que procesionaron los de la Merced en sus primeros años. Era también un Nazareno de cuerpo entero y de vestir, con el rostro ligeramente ladeado hacia la derecha. Sin embargo, parece ser que ese no gustó a Novo y por tal motivo pidió reformarlo íntegramente. Y tan íntegra fue la reforma que lo que hizo fue tallar uno nuevo. El actual. Ahí es nada. Y es que el rostro de este nuestro verdadero buque insignia, una más que rotunda obra maestra en madera, nos presenta unos ojos angustiosos elevados hacia las alturas, con un cabello profusamente elaborado y una corona de espinas real que atamos con hilo de pescar para las procesiones, no vaya a ser que se nos caiga durante el cortejo. Y las manos, entrelazadas y bien prietas – qué gran fotografía la de mi amiga Carmen. He de insistir una vez más. Ya me van conociendo…–. Nuestro Nazareno fue portada y protagonista del cartel de 1992 con motivo del cincuentenario de la Cofradía. Sin embargo hay fotografías mejores que aquella que seleccionó nuestro Gabino Llaca para la ocasión, sobre todo aquella en la que se le ve de espaldas, frente a la bahía mientras la imagen desciende por la calle Lope de Vega…
Sobre este “Ecce Homo” hay anécdotas divertidas. Cuando no es Semana Santa en nuestro corazón y en el calendario, está al culto en la capilla, ataviado con su “ropa de invierno”, como llaman mi tía Tere y Conchita Hoya a una túnica morada con cíngulo y ribetes dorados. En el 2000, con motivo de las obras de remodelación de la capilla, nos le llevamos – junto con todo el resto de imágenes que pululan por los rincones de la capilla – a los locales de las Siervas de María, donde se guardó por espacio de unos meses en un desván, bajo un montón de sábanas para que el polvo no hiciera mella en la talla. Pues bien, mi tía Tere – que pretendía llevárselo a su casa mientras durasen las obras por eso de que así podría verlo todos los días y a todas horas, cosa que impidió mi prima Ana María alegando que la casa familiar ya comenzaba a parecerse al Santuario de Lourdes – le hacía continuas visitas a las monjitas con las más inimaginables excusas para que la dejasen subir al desván. “Es que nos echamos tanto de menos el uno al otro…” decía ella. Y claro, la Superiora y la “Hermana Portera”, escaleras para arriba, escaleras para abajo y con una amplia sonrisa de oreja a oreja, le solían decir “que te le cuidamos bien, Teresuca, que todas las tardes nos subimos a merendar con él para que no esté solo”. En fin, cosas del sentimiento y, cómo no, del motor que mueve los latidos de nuestros corazones.
Recuerdo de nuestra querida imagen que, al principio, como no teníamos dinero para exagerados fastos y aditamentos a la hora de procesionarlo, alegábamos en nuestra defensa – si es que tales cosas necesitaran ser defendidas – que a un Nazareno no se le podía pedir más que lo que nosotros mostrábamos. Un Jesús de Nazaret con una túnica blanca y una capa granate, unos faroles en las esquinas de las andas, y un poco de laurel. Sin embargo, los comentarios de aquella época eran del tipo “Ahí va el Cristo pobre”. Y bien que iba, además. Por lo menos me lo parecía a mí mientras estábamos de procesión. Luego, con los años, vendrían las reformas. Un faldón negro nuevo para los bajos de las andas; sustituir el laurel por helecho, mucho más frondoso, fácil de colocar, y con una estética mil veces superior – a mí me lo parece así –; la restauración de las primitivas andas por parte de nuestro Ignacio Albarrán Alvear; y, sobre todo, el gran descubrimiento: eliminar la luz de los focos que daban a la imagen un aire tétrico, y colocar luz natural de velas en los faroles. Una auténtica maravilla que, a pesar de que hay gente que dice que el Cristo parece que va a oscuras, la opinión más generalizada es la de que las luces de las velas envuelven al Cristo en un ambiente de noche y silencio a semejanza de aquella noche de Jueves Santo en la que el Cristo de carne y hueso fue traicionado y entregado para su Pasión y Muerte.
Sobre “La Piedad”, otra de las imágenes que procesionamos los de la Merced en la jornada de Viernes Santo, comentar que data de 1945, realizada en los Talleres del Arte Cristiano de Olot sobre un modelo de Miguel Blay Fábregas que se repitió hasta la saciedad dando como resultado tallas idénticas en localidades como Laredo, Cáceres y El Escorial. Aún así, el que haya tallas idénticas a la nuestra, esta “Piedad” nuestra me parece única. La mirada de desconsuelo de la Virgen, la fuerza de su mano izquierda amasando el cabello del Cristo, los pliegues del manto, el escorzo de Jesús, muerto entre los brazos de su madre y, sobre todo, el impresionante primer plano de su rostro, con una boca entreabierta que llega directamente al corazón.
El Paso de “La Piedad” hace mágicas las mañanas de Viernes Santo en la Carpa de Exposiciones de Pasos. Todos nos volcamos en ella para engalanarla y prepararla para el cortejo de por la tarde, en la Procesión General del Santo Entierro. Es más, recientemente, se sustituyó la primitiva cruz que va colocada a las espaldas de la Virgen por otra de color madera, que embellece mucho más a nuestra imagen.
Sobre este “Ecce Homo” hay anécdotas divertidas. Cuando no es Semana Santa en nuestro corazón y en el calendario, está al culto en la capilla, ataviado con su “ropa de invierno”, como llaman mi tía Tere y Conchita Hoya a una túnica morada con cíngulo y ribetes dorados. En el 2000, con motivo de las obras de remodelación de la capilla, nos le llevamos – junto con todo el resto de imágenes que pululan por los rincones de la capilla – a los locales de las Siervas de María, donde se guardó por espacio de unos meses en un desván, bajo un montón de sábanas para que el polvo no hiciera mella en la talla. Pues bien, mi tía Tere – que pretendía llevárselo a su casa mientras durasen las obras por eso de que así podría verlo todos los días y a todas horas, cosa que impidió mi prima Ana María alegando que la casa familiar ya comenzaba a parecerse al Santuario de Lourdes – le hacía continuas visitas a las monjitas con las más inimaginables excusas para que la dejasen subir al desván. “Es que nos echamos tanto de menos el uno al otro…” decía ella. Y claro, la Superiora y la “Hermana Portera”, escaleras para arriba, escaleras para abajo y con una amplia sonrisa de oreja a oreja, le solían decir “que te le cuidamos bien, Teresuca, que todas las tardes nos subimos a merendar con él para que no esté solo”. En fin, cosas del sentimiento y, cómo no, del motor que mueve los latidos de nuestros corazones.
Recuerdo de nuestra querida imagen que, al principio, como no teníamos dinero para exagerados fastos y aditamentos a la hora de procesionarlo, alegábamos en nuestra defensa – si es que tales cosas necesitaran ser defendidas – que a un Nazareno no se le podía pedir más que lo que nosotros mostrábamos. Un Jesús de Nazaret con una túnica blanca y una capa granate, unos faroles en las esquinas de las andas, y un poco de laurel. Sin embargo, los comentarios de aquella época eran del tipo “Ahí va el Cristo pobre”. Y bien que iba, además. Por lo menos me lo parecía a mí mientras estábamos de procesión. Luego, con los años, vendrían las reformas. Un faldón negro nuevo para los bajos de las andas; sustituir el laurel por helecho, mucho más frondoso, fácil de colocar, y con una estética mil veces superior – a mí me lo parece así –; la restauración de las primitivas andas por parte de nuestro Ignacio Albarrán Alvear; y, sobre todo, el gran descubrimiento: eliminar la luz de los focos que daban a la imagen un aire tétrico, y colocar luz natural de velas en los faroles. Una auténtica maravilla que, a pesar de que hay gente que dice que el Cristo parece que va a oscuras, la opinión más generalizada es la de que las luces de las velas envuelven al Cristo en un ambiente de noche y silencio a semejanza de aquella noche de Jueves Santo en la que el Cristo de carne y hueso fue traicionado y entregado para su Pasión y Muerte.
Sobre “La Piedad”, otra de las imágenes que procesionamos los de la Merced en la jornada de Viernes Santo, comentar que data de 1945, realizada en los Talleres del Arte Cristiano de Olot sobre un modelo de Miguel Blay Fábregas que se repitió hasta la saciedad dando como resultado tallas idénticas en localidades como Laredo, Cáceres y El Escorial. Aún así, el que haya tallas idénticas a la nuestra, esta “Piedad” nuestra me parece única. La mirada de desconsuelo de la Virgen, la fuerza de su mano izquierda amasando el cabello del Cristo, los pliegues del manto, el escorzo de Jesús, muerto entre los brazos de su madre y, sobre todo, el impresionante primer plano de su rostro, con una boca entreabierta que llega directamente al corazón.
El Paso de “La Piedad” hace mágicas las mañanas de Viernes Santo en la Carpa de Exposiciones de Pasos. Todos nos volcamos en ella para engalanarla y prepararla para el cortejo de por la tarde, en la Procesión General del Santo Entierro. Es más, recientemente, se sustituyó la primitiva cruz que va colocada a las espaldas de la Virgen por otra de color madera, que embellece mucho más a nuestra imagen.