
Por tal motivo, nuestro bautismo de fuego se originó el día de Jueves Santo. A eso de las siete debíamos estar todos formados en la calle Bonifaz para dirigirnos al Ayuntamiento, desde donde partía la “Procesión de la Santa Vera Cruz y Pasión del Señor”, y en la que nosotros salíamos en segundo lugar.
Recuerdo con especial ternura a mi abuela Julia cosiéndonos las puñetas del hábito pues las mangas nos quedaban largas y no podíamos coger correctamente las baquetas. Y eso, cinco minutos antes de nuestra salida desde la vieja capilla, para desesperación de los Mayordomos de la Archicofradía y de mi propia tía Tere, que veía cómo llegaba la hora de salida y todavía no estábamos ocupando nuestro lugar correspondiente.
Y de aquel primer día de tamborilero, también recuerdo con mucho cariño el hecho de que días antes me convencieran para que, en vez del tambor, saliera tocando el bombo, “un tambor algo más grande y pesado”, como me había explicado Víctor, y me llenaran el cuerpo con cuerdas de las de tender la ropa porque no teníamos dinero para comprar correajes especiales de bombo.
Así, con la firme decisión de dejarnos los nervios en casa para cuando volviésemos, ocupamos el lugar que Moncho – el Mayordomo – había previsto para la Banda de Tambores.
Y allí estábamos, expectantes a que por la puerta de la vieja capilla apareciera el Paso del “Jesús Nazareno”, sacado a pulso por los costaleros. La señal que indicaba que la Merced se disponía a recorrer su itinerario por las calles de Santander a golpe de nazarenos, penitentes y toques de tambor.
No sé si nos dejamos en casa todo el manojo de nervios que teníamos en el cuerpo, sólo acierto a recordar que golpeábamos los tambores y el bombo con más cariño y amor que profesionalidad – como nos dijo algún que otro “todo-lo-sé” habitual en estos lares – y, sobre todo, lo hicimos con algo que ha seguido vigente a lo largo de estos diecisiete años.
Mis hermanos, mi vecino y yo, salimos tocando con algo que caracterizaba la ingenuidad infantil de entonces. Y ese algo tiene un nombre tan fácil de pronunciar como significativo y mágico. “ILUSION”.
Eso sí, al acabar nuestra primera procesión a golpe de tambor, todo el mundo se puso de acuerdo para felicitarnos y mostrarnos su alegría por lo bien con que lo habíamos hecho. Incluso nos dijeron que habíamos conseguido tapar a la Banda de la Cruz Roja, que por aquel entonces acompañaba al Paso de la “Virgen de los Dolores”. Y eso, para unos críos de nuestra edad, ya era mérito.
Hoy, este día en que he decidido ponerme a recordar aquel primer año en que salí en procesión, tengo previsto acudir a la reunión de la Junta de Cofradías de la que formo parte, y en la que comenzaremos a preparar los itinerarios y todo el cúmulo de actos que formarán parte de la Semana Santa del 2002.
Y todavía, con mis veintiocho años, sigo acudiendo a mis ensayos con los más de veinte compañeros que formamos parte de esta Banda de Tambores y Cornetas que fundamos, en cierta medida, mis dos hermanos Francisco y Tomás, mi vecino Agustín y yo.
Más de veinte compañeros, todos ellos gente del barrio que, gracias al “boca a boca”, siguen haciendo posible que nuestro Nazareno procesione por sus calles al son de nuestras marchas y nuestras baquetas.
Y aunque nuestros ensayos son ahora a las cinco de la tarde, y ya no vemos cómo John Wayne persigue indios porque ahora está de moda otras cosas en televisión, en la Archicofradía de la Merced sigue estando a la orden del día el preparar la Semana Santa con los ingredientes mágicos, con esos secretos de cocina que hemos tenido durante todos estos años.
Cariño, amor e ilusión.
ISIDRO R. AYESTARAN
Artículo aparecido en la revista “PASOS”, en su nº 17
correspondiente al primer trimestre de 2003
Recuerdo con especial ternura a mi abuela Julia cosiéndonos las puñetas del hábito pues las mangas nos quedaban largas y no podíamos coger correctamente las baquetas. Y eso, cinco minutos antes de nuestra salida desde la vieja capilla, para desesperación de los Mayordomos de la Archicofradía y de mi propia tía Tere, que veía cómo llegaba la hora de salida y todavía no estábamos ocupando nuestro lugar correspondiente.
Y de aquel primer día de tamborilero, también recuerdo con mucho cariño el hecho de que días antes me convencieran para que, en vez del tambor, saliera tocando el bombo, “un tambor algo más grande y pesado”, como me había explicado Víctor, y me llenaran el cuerpo con cuerdas de las de tender la ropa porque no teníamos dinero para comprar correajes especiales de bombo.
Así, con la firme decisión de dejarnos los nervios en casa para cuando volviésemos, ocupamos el lugar que Moncho – el Mayordomo – había previsto para la Banda de Tambores.
Y allí estábamos, expectantes a que por la puerta de la vieja capilla apareciera el Paso del “Jesús Nazareno”, sacado a pulso por los costaleros. La señal que indicaba que la Merced se disponía a recorrer su itinerario por las calles de Santander a golpe de nazarenos, penitentes y toques de tambor.
No sé si nos dejamos en casa todo el manojo de nervios que teníamos en el cuerpo, sólo acierto a recordar que golpeábamos los tambores y el bombo con más cariño y amor que profesionalidad – como nos dijo algún que otro “todo-lo-sé” habitual en estos lares – y, sobre todo, lo hicimos con algo que ha seguido vigente a lo largo de estos diecisiete años.
Mis hermanos, mi vecino y yo, salimos tocando con algo que caracterizaba la ingenuidad infantil de entonces. Y ese algo tiene un nombre tan fácil de pronunciar como significativo y mágico. “ILUSION”.
Eso sí, al acabar nuestra primera procesión a golpe de tambor, todo el mundo se puso de acuerdo para felicitarnos y mostrarnos su alegría por lo bien con que lo habíamos hecho. Incluso nos dijeron que habíamos conseguido tapar a la Banda de la Cruz Roja, que por aquel entonces acompañaba al Paso de la “Virgen de los Dolores”. Y eso, para unos críos de nuestra edad, ya era mérito.
Hoy, este día en que he decidido ponerme a recordar aquel primer año en que salí en procesión, tengo previsto acudir a la reunión de la Junta de Cofradías de la que formo parte, y en la que comenzaremos a preparar los itinerarios y todo el cúmulo de actos que formarán parte de la Semana Santa del 2002.
Y todavía, con mis veintiocho años, sigo acudiendo a mis ensayos con los más de veinte compañeros que formamos parte de esta Banda de Tambores y Cornetas que fundamos, en cierta medida, mis dos hermanos Francisco y Tomás, mi vecino Agustín y yo.
Más de veinte compañeros, todos ellos gente del barrio que, gracias al “boca a boca”, siguen haciendo posible que nuestro Nazareno procesione por sus calles al son de nuestras marchas y nuestras baquetas.
Y aunque nuestros ensayos son ahora a las cinco de la tarde, y ya no vemos cómo John Wayne persigue indios porque ahora está de moda otras cosas en televisión, en la Archicofradía de la Merced sigue estando a la orden del día el preparar la Semana Santa con los ingredientes mágicos, con esos secretos de cocina que hemos tenido durante todos estos años.
Cariño, amor e ilusión.
ISIDRO R. AYESTARAN
Artículo aparecido en la revista “PASOS”, en su nº 17
correspondiente al primer trimestre de 2003