Impresionante testimonio gráfico. Un anónimo penitente con los pies descalzos y con una cruz a cuestas por las calles nocturnas de Santander durante la Procesión del Perdón y el Silencio de cualquier Miércoles Santo.
Siempre los ha habido en las procesiones. Y desde niño me han llamado la atención. Procesionando con enormes cruces, con cadenas en los pies, con anchísimos cíngulos de cuerdas de esparto bien apretados a la cintura, soportando el peso y las miradas por una “promesa” que sólo ellos saben y esperan ver cumplida. La contraprestación es esa. Es lo que llaman devoción o fe.
Siempre he respetado a estos anónimos personajes. No a aquellos que salen de las puertas de los templos a cara descubierta para que la gente diga “ahí está perico, que hoy va a hacernos el show”. En cambio, hay otros que, a pesar de que haya gente en las aceras que saben a ciencia cierta la identidad del penitente y que silencian su nombre y comparten, en la distancia, la penitencia de su sacrifico, salen ya a la calle con el rostro tapado sin más interés que el de su devoción y el de ver, ojalá, cumplida su petición ante su Cristo o su Virgen. Esos son los verdaderos penitentes. Los que me interesa rescatar en este álbum de recuerdos.
Para la gente que no sabe lo que es una procesión, la idea de ser penitente viene dada por lo que pueda ver en televisión durante la Semana Santa. Famosos son los llamados “picaos” de La Rioja, que se dan latigazos en la espalda y luego se la punzan hasta hacerse sangrar de manera escandalosa. Hay otros penitentes mucho más exagerados y que llevan mucho más lejos su ideal de penitencia.
Qué quieren que les diga. Uno puede tener toda la devoción del mundo y ser el más creyente de todos los mortales. Pero de lo uno a lo otro hay un abismo. Es por eso que, tras este breve comentario a la preciosa fotografía que sacó el periódico Alerta hace años, abogue por unas procesiones serias como resultado de nuestra devoción y nuestras creencias sin que por ello tengamos que servir carnaza gratuita e innecesaria a quien no nos lo pide.
Por eso, esta fotografía es el resultado de mis conclusiones.
Penitencia “silenciosa”
Siempre los ha habido en las procesiones. Y desde niño me han llamado la atención. Procesionando con enormes cruces, con cadenas en los pies, con anchísimos cíngulos de cuerdas de esparto bien apretados a la cintura, soportando el peso y las miradas por una “promesa” que sólo ellos saben y esperan ver cumplida. La contraprestación es esa. Es lo que llaman devoción o fe.
Siempre he respetado a estos anónimos personajes. No a aquellos que salen de las puertas de los templos a cara descubierta para que la gente diga “ahí está perico, que hoy va a hacernos el show”. En cambio, hay otros que, a pesar de que haya gente en las aceras que saben a ciencia cierta la identidad del penitente y que silencian su nombre y comparten, en la distancia, la penitencia de su sacrifico, salen ya a la calle con el rostro tapado sin más interés que el de su devoción y el de ver, ojalá, cumplida su petición ante su Cristo o su Virgen. Esos son los verdaderos penitentes. Los que me interesa rescatar en este álbum de recuerdos.
Para la gente que no sabe lo que es una procesión, la idea de ser penitente viene dada por lo que pueda ver en televisión durante la Semana Santa. Famosos son los llamados “picaos” de La Rioja, que se dan latigazos en la espalda y luego se la punzan hasta hacerse sangrar de manera escandalosa. Hay otros penitentes mucho más exagerados y que llevan mucho más lejos su ideal de penitencia.
Qué quieren que les diga. Uno puede tener toda la devoción del mundo y ser el más creyente de todos los mortales. Pero de lo uno a lo otro hay un abismo. Es por eso que, tras este breve comentario a la preciosa fotografía que sacó el periódico Alerta hace años, abogue por unas procesiones serias como resultado de nuestra devoción y nuestras creencias sin que por ello tengamos que servir carnaza gratuita e innecesaria a quien no nos lo pide.
Por eso, esta fotografía es el resultado de mis conclusiones.
Penitencia “silenciosa”