Hay momentos en la vida en que a uno le gustaría atraparlos para no soltarlos jamás. Otros momentos, que invitan a la reflexión. Algunos que quisiera olvidar para siempre y borrarlos de mi memoria. Es una de las constantes que se dan en el ser humano. Hacer propio cada instante para envolverlo de una magia especial que consiga que la felicidad sea un vocablo que nunca caiga en desuso.
La mañana de Viernes Santo, desde siempre, ha sido de las más especiales que se han dado en el calendario de mi corazón. Envuelta en respeto y meditación, en trabajo y dedicación; con el aroma de las flores y el trabajo en la carpa para terminar de montar “La Piedad” y dejarla lista para la procesión de por la tarde.
Esta mañana tan emotiva, arranca a eso de las ocho, cuando tras dar un repaso por la Carpa de Exposiciones, me voy con Apare, Conchi y Angel a recorrer las Siete Estaciones. ¿Que qué es esto? Pues bien, es una de las tradiciones más antiguas de cuantas recuerdo. Ya de niño las recorría junto a mis padres. Iglesia por iglesia hasta siete, visitando el monumento del Santísimo, engalanado con flores o palmas del Domingo de Ramos según el gusto de cada sacristán - ¡Ay, Claudio, cuánto te voy a echar de menos en la próxima Semana Santa! –. Siete estaciones donde uno va meditando, reflexionando interiormente sobre tantas cosas que le pasan en la vida… Y siempre que me siento en los bancos de esas iglesias que recorro en esa mañana, me viene a la memoria la música de “Erase una vez América”, con la maravillosa voz de Edda Dell´Orso a modo de acompañamiento ideal y mágico… En la pasada Semana Santa del 2004, nuestro recorrido fue el siguiente: Compañía, Cristo, Catedral, San Francisco, Jesuitas, Carmelitas y Siervas de María. Y de refilón, Santa Lucía y la Capilla de la Merced, que no tiene Exposición ese día pero qué quieren que les diga. La casa de uno es la casa donde se dan cita los latidos del corazón – precisamente se titula así el último capítulo de este “concierto de recuerdos” –.
Pues bien. Tras cumplir con la tradición que nos inculcaron nuestros mayores, nos dirigimos de nuevo a la Carpa para ayudar a poner las flores. Allí, ya están Moncho y mi tío Miguel Angel dando los últimos toques técnicos mientras nuestras “damas” están preparando las guirnaldas que rodean “La Piedad”. Incluso las más pequeñas ayudan en ese menester. Así con todo, se nos junta el poner flores con la hora de la comida – los que pueden comer ese día sentados a la mesa, que deben ser unos pocos – y hasta con la propia procesión.
Esto les pasa a todas las demás cofradías. Y eso es lo que hace especial a la mañana de Viernes Santo en el interior de la Carpa. El que el público que va allí a visitar las imágenes, pueda contemplar cómo se trabaja en ellas para engalanarlas dándoles dignidad antes de su puesta de largo por las calles de la ciudad.
La mañana de Viernes Santo, desde siempre, ha sido de las más especiales que se han dado en el calendario de mi corazón. Envuelta en respeto y meditación, en trabajo y dedicación; con el aroma de las flores y el trabajo en la carpa para terminar de montar “La Piedad” y dejarla lista para la procesión de por la tarde.
Esta mañana tan emotiva, arranca a eso de las ocho, cuando tras dar un repaso por la Carpa de Exposiciones, me voy con Apare, Conchi y Angel a recorrer las Siete Estaciones. ¿Que qué es esto? Pues bien, es una de las tradiciones más antiguas de cuantas recuerdo. Ya de niño las recorría junto a mis padres. Iglesia por iglesia hasta siete, visitando el monumento del Santísimo, engalanado con flores o palmas del Domingo de Ramos según el gusto de cada sacristán - ¡Ay, Claudio, cuánto te voy a echar de menos en la próxima Semana Santa! –. Siete estaciones donde uno va meditando, reflexionando interiormente sobre tantas cosas que le pasan en la vida… Y siempre que me siento en los bancos de esas iglesias que recorro en esa mañana, me viene a la memoria la música de “Erase una vez América”, con la maravillosa voz de Edda Dell´Orso a modo de acompañamiento ideal y mágico… En la pasada Semana Santa del 2004, nuestro recorrido fue el siguiente: Compañía, Cristo, Catedral, San Francisco, Jesuitas, Carmelitas y Siervas de María. Y de refilón, Santa Lucía y la Capilla de la Merced, que no tiene Exposición ese día pero qué quieren que les diga. La casa de uno es la casa donde se dan cita los latidos del corazón – precisamente se titula así el último capítulo de este “concierto de recuerdos” –.
Pues bien. Tras cumplir con la tradición que nos inculcaron nuestros mayores, nos dirigimos de nuevo a la Carpa para ayudar a poner las flores. Allí, ya están Moncho y mi tío Miguel Angel dando los últimos toques técnicos mientras nuestras “damas” están preparando las guirnaldas que rodean “La Piedad”. Incluso las más pequeñas ayudan en ese menester. Así con todo, se nos junta el poner flores con la hora de la comida – los que pueden comer ese día sentados a la mesa, que deben ser unos pocos – y hasta con la propia procesión.
Esto les pasa a todas las demás cofradías. Y eso es lo que hace especial a la mañana de Viernes Santo en el interior de la Carpa. El que el público que va allí a visitar las imágenes, pueda contemplar cómo se trabaja en ellas para engalanarlas dándoles dignidad antes de su puesta de largo por las calles de la ciudad.