De pequeños, al poco de entrar a formar parte de este mundo de la Semana Santa como miembros de una Banda de Tambores y Cornetas, siempre nos decían – o imponían, según se mire – que, al paso de la cofradía por delante de la Tribuna Presidencial, situada en la Plaza de la Asunción, frente a la Catedral, los tambores debían sonar más fuerte que nunca para que el obispo se sintiera satisfecho de nuestro cometido.
Y a nosotros, eso de tocar delante del obispo era algo que nos parecía como muy solemne, como si necesitáramos de aquella aprobación que él solía hacer siempre al paso de cada una de las respectivas cofradías. Además, todo aquello iba también adornado con el baile que nuestros costaleros le daban al “Ecce Homo” o a “La Piedad”. Todo un espectáculo para un niño de mi edad. Toda una muestra de respeto para los adultos que me rodeaban vestidos de blanco, el blanco de la Merced.
A colación de todo esto, también me venía a la memoria aquellas historias que me contaba mi madre y mi abuela de cómo ellas, en sus tiempos, en la escuela les besaban la mano al maestro de turno – antes eran maestros, ahora son “tú, oye” – y que incluso al paso de algún sacerdote por la calle, les hacían reverencias y demás lindezas.
Tal vez por eso, por todo ese continuo ir y venir de historias del pasado, los chicos de la Banda poníamos verdadero empeño en tocar todo lo fuerte que podíamos cuando pasábamos por delante de aquella Tribuna en la que, sentado en la parte central, un señor de negro nos miraba con aire férreo también sacado de otra época.
Actualmente no hay tanta solemnidad a la hora de pasar por delante de esa tribuna en la que, en tiempos, junto al obispo se sentaban las autoridades civiles. Las últimas que recuerdo allí sentadas lo hicieron en tiempos de elecciones municipales. Qué cosas.
Ahora, es el señor obispo quien se levanta al paso de cada imagen por delante suyo. Es el obispo quien nos saluda y nos muestra su respeto.
Y a nosotros, eso de tocar delante del obispo era algo que nos parecía como muy solemne, como si necesitáramos de aquella aprobación que él solía hacer siempre al paso de cada una de las respectivas cofradías. Además, todo aquello iba también adornado con el baile que nuestros costaleros le daban al “Ecce Homo” o a “La Piedad”. Todo un espectáculo para un niño de mi edad. Toda una muestra de respeto para los adultos que me rodeaban vestidos de blanco, el blanco de la Merced.
A colación de todo esto, también me venía a la memoria aquellas historias que me contaba mi madre y mi abuela de cómo ellas, en sus tiempos, en la escuela les besaban la mano al maestro de turno – antes eran maestros, ahora son “tú, oye” – y que incluso al paso de algún sacerdote por la calle, les hacían reverencias y demás lindezas.
Tal vez por eso, por todo ese continuo ir y venir de historias del pasado, los chicos de la Banda poníamos verdadero empeño en tocar todo lo fuerte que podíamos cuando pasábamos por delante de aquella Tribuna en la que, sentado en la parte central, un señor de negro nos miraba con aire férreo también sacado de otra época.
Actualmente no hay tanta solemnidad a la hora de pasar por delante de esa tribuna en la que, en tiempos, junto al obispo se sentaban las autoridades civiles. Las últimas que recuerdo allí sentadas lo hicieron en tiempos de elecciones municipales. Qué cosas.
Ahora, es el señor obispo quien se levanta al paso de cada imagen por delante suyo. Es el obispo quien nos saluda y nos muestra su respeto.
Los tiempos y las gentes cambian.
En la instantánea, el antiguo obispo D. Juan Antonio del Val, solemnemente flanqueado por Díaz de Entresotos, antiguo presidente de la Comunidad, y D. Jesús Ceballos, antiguo concejal del Ayuntamiento.
Ya digo. Otros tiempos para hacer presente este álbum de melodías y recuerdos.
En la instantánea, el antiguo obispo D. Juan Antonio del Val, solemnemente flanqueado por Díaz de Entresotos, antiguo presidente de la Comunidad, y D. Jesús Ceballos, antiguo concejal del Ayuntamiento.
Ya digo. Otros tiempos para hacer presente este álbum de melodías y recuerdos.