Ya he comentado en algún otro capítulo, que las calles estrechas son las ideales para que se luzca una cofradía de Semana Santa. En este nuestro Santander, son pocas las oportunidades que tenemos para lucirnos adecuadamente. El Paseo Pereda, principal escenario de las dos procesiones generales, no saca todo el partido que sí se logra en los itinerarios adyacentes, cuando cada cofradía va desde su propia sede al lugar de origen e inicio de la procesión común.
Es una auténtica gozada ver salir a la “Virgen de la Esperanza” por el portalón del templo de San Francisco en la calle Cervantes. Luego, en San Fernando, se nos pierde entre el tráfico y la amplitud de la avenida. Mejor suerte tienen las cofradías de la Inmaculada y de la Pasión – sobre todo la primera – en su Procesión del Encuentro del Martes Santo. Desde el templo de los Carmelitas, la Inmaculada recorre todo el casco viejo de la ciudad pasando por la calle Arrabal. Una soberbia instantánea – la que se recoge en este epígrafe – el comprobar cómo la calle es ocupada literalmente por los miembros de la cofradía. Me recuerda a aquellas procesiones andaluzas cuyas imágenes procesionan por los barrios estrechucos mientras la gente se agolpa en las ventanas de los edificios porque todos no caben en la calle. Por su parte, la Pasión lleva a la “Virgen de la Amargura” por las calles adyacentes a su templo antes de llegar a la plaza Porticada. El Miércoles Santo, la Merced desfila por entre la calle Alta y la Bajada de Sotileza para luego, en los aledaños de la sede en la calle Bonifaz, meterse por Daoiz y Velarde y Peña Herbosa para asombro de todos los que están por los bares del barrio tomando sus vinos y que salen al exterior para observar a la comitiva…
En definitiva, que son estas calles “secundarias” las que, a mi juicio, se llevan el gato al agua. Logran que una procesión sea no sólo más íntima. También que sea más cercana a las gentes.
Es una auténtica gozada ver salir a la “Virgen de la Esperanza” por el portalón del templo de San Francisco en la calle Cervantes. Luego, en San Fernando, se nos pierde entre el tráfico y la amplitud de la avenida. Mejor suerte tienen las cofradías de la Inmaculada y de la Pasión – sobre todo la primera – en su Procesión del Encuentro del Martes Santo. Desde el templo de los Carmelitas, la Inmaculada recorre todo el casco viejo de la ciudad pasando por la calle Arrabal. Una soberbia instantánea – la que se recoge en este epígrafe – el comprobar cómo la calle es ocupada literalmente por los miembros de la cofradía. Me recuerda a aquellas procesiones andaluzas cuyas imágenes procesionan por los barrios estrechucos mientras la gente se agolpa en las ventanas de los edificios porque todos no caben en la calle. Por su parte, la Pasión lleva a la “Virgen de la Amargura” por las calles adyacentes a su templo antes de llegar a la plaza Porticada. El Miércoles Santo, la Merced desfila por entre la calle Alta y la Bajada de Sotileza para luego, en los aledaños de la sede en la calle Bonifaz, meterse por Daoiz y Velarde y Peña Herbosa para asombro de todos los que están por los bares del barrio tomando sus vinos y que salen al exterior para observar a la comitiva…
En definitiva, que son estas calles “secundarias” las que, a mi juicio, se llevan el gato al agua. Logran que una procesión sea no sólo más íntima. También que sea más cercana a las gentes.
Que eso es de lo que se trata.