Queridos tío Cholo, tía Maruja y abuela Julia:
Supongo que a más de uno le pueda parecer incongruente el que es os escriba una carta porque ya no estáis aquí para poder leerla. Y también más de uno se extrañará de que os traiga a este “concierto de recuerdos” precisamente con el capítulo que viene a continuación. El único capítulo que no habla de nostalgias ni de recuerdos. Es un capítulo que habla de cine. De la vida de Jesús en el cine.
¿Y por qué? Pues muy sencillo.
¿Te acuerdas, tío Cholo, de aquellas tardes de los sábados en los que, tras la comida en la buhardilla, nos sentábamos en el salón a ver “sesión de tarde” antes de que yo fuera a los ensayos en la capilla de la Merced? ¿Te acuerdas que siempre me decías “chuli, qué tenemos hoy”? Una de John Wayne, tío, te respondía. A veces incluso había de llorar, como aquel capítulo de “Verano azul” en que Chanquete moría y que vimos casi todos allí, en el pequeño salón de tu casa mientras la tía Maruja nos decía “un duro para el que no llore”. Y claro, el duro iba siempre para su bolsillo porque la lágrima estaba siempre a la orden del día. Un duro que, luego, bajo mano, siempre iba a parar al mío.
¿Te acuerdas, tía Maruja, que cuando el tío Cholo ya no estaba con nosotros, las tardes de los sábados eran silenciosas porque ya no concebíamos el ver películas de vaqueros ni de las otras, de esas que a ti no te gustaban y siempre decías “que me guarden la cría para la próxima” y tú me mandabas a los ensayos del tambor con pena pero sabiendo que desde tu ventana escuchabas nuestros redobles?
¿Te acuerdas, abuela Julia, de cuando veíamos juntos aquellas películas de Sara Montiel en el salón de la tía Tere? ¿O las de Charlot que echaron un verano durante las tardes de los domingos hace muchos años? ¿O de cuando fuimos juntos a ver “Quo Vadis” con la prima Maribel de Murcia a los cines Bahía? ¿Y de cuando veíamos y disfrutábamos con “Dinastía”?
Hay películas que nunca se olvidan, ni personajes que nunca nos pasan desapercibidos. Y frases que siempre se quedarán grabadas en lo más profundo de nuestros corazones. Como aquella que decía Antonio Ferrandis en “Volver a empezar”:
– Siempre me ha gustado más la primera parte de mi vida. ¿Y sabes por qué? Porque en ella estabas tú.
Una auténtica frase de cine puro.
Y vosotros fuisteis cine para mí.
Cuando vosotros, Cholo y Maruja, vivíais en Reina Victoria y el tío me iba a buscar a Bonifaz para ir a comer juntos los tres, e íbamos por la calle San Martín de la mano. Tú, con aquella boina que llevaste tantos años, me recordabas a las películas italianas de los 40 y 50, como aquel padre y su hijo de “Ladrón de bicicletas”.
Y cuando tú, abuela Julia, vivías en el Grupo Velarde y celebrábamos romerías en el barrio en la primera semana del mes de mayo, y comíamos en tu casa, en aquel comedor cuyas sillas conservo intactas en la actualidad. Puro cine para ver en familia…
La película de la que hablo en el capítulo es una cinta cargada de emotividad y sensibilidad. “La Pasión de Cristo”, de un tal Mel Gibson. Una película que me ha llegado a lo más profundo de mi corazón.
Por eso estáis aquí vosotros. Porque escenas como las que voy a comentar a continuación, han avivado hasta límites insospechados los latidos de mi corazón; Porque siempre que veo una película, echo la vista hacia atrás y pienso que mi tío Cholo y mi tía Maruja están sentados en sus respectivas butacas compartiendo ese momento conmigo; porque cada vez que veo películas como “La violetera”, tengo a mi abuela Julia a mi lado diciendo “que guapa está la Montiel”…
Ya veis. En un capítulo que no habla de Semana Santa ni de recuerdos, la carta introductoria es la más evocadora de todas.
Y es que no podía ser de otra manera.
Como decían en “Mundos opuestos”:
– Gracias por todo lo bueno.
Supongo que a más de uno le pueda parecer incongruente el que es os escriba una carta porque ya no estáis aquí para poder leerla. Y también más de uno se extrañará de que os traiga a este “concierto de recuerdos” precisamente con el capítulo que viene a continuación. El único capítulo que no habla de nostalgias ni de recuerdos. Es un capítulo que habla de cine. De la vida de Jesús en el cine.
¿Y por qué? Pues muy sencillo.
¿Te acuerdas, tío Cholo, de aquellas tardes de los sábados en los que, tras la comida en la buhardilla, nos sentábamos en el salón a ver “sesión de tarde” antes de que yo fuera a los ensayos en la capilla de la Merced? ¿Te acuerdas que siempre me decías “chuli, qué tenemos hoy”? Una de John Wayne, tío, te respondía. A veces incluso había de llorar, como aquel capítulo de “Verano azul” en que Chanquete moría y que vimos casi todos allí, en el pequeño salón de tu casa mientras la tía Maruja nos decía “un duro para el que no llore”. Y claro, el duro iba siempre para su bolsillo porque la lágrima estaba siempre a la orden del día. Un duro que, luego, bajo mano, siempre iba a parar al mío.
¿Te acuerdas, tía Maruja, que cuando el tío Cholo ya no estaba con nosotros, las tardes de los sábados eran silenciosas porque ya no concebíamos el ver películas de vaqueros ni de las otras, de esas que a ti no te gustaban y siempre decías “que me guarden la cría para la próxima” y tú me mandabas a los ensayos del tambor con pena pero sabiendo que desde tu ventana escuchabas nuestros redobles?
¿Te acuerdas, abuela Julia, de cuando veíamos juntos aquellas películas de Sara Montiel en el salón de la tía Tere? ¿O las de Charlot que echaron un verano durante las tardes de los domingos hace muchos años? ¿O de cuando fuimos juntos a ver “Quo Vadis” con la prima Maribel de Murcia a los cines Bahía? ¿Y de cuando veíamos y disfrutábamos con “Dinastía”?
Hay películas que nunca se olvidan, ni personajes que nunca nos pasan desapercibidos. Y frases que siempre se quedarán grabadas en lo más profundo de nuestros corazones. Como aquella que decía Antonio Ferrandis en “Volver a empezar”:
– Siempre me ha gustado más la primera parte de mi vida. ¿Y sabes por qué? Porque en ella estabas tú.
Una auténtica frase de cine puro.
Y vosotros fuisteis cine para mí.
Cuando vosotros, Cholo y Maruja, vivíais en Reina Victoria y el tío me iba a buscar a Bonifaz para ir a comer juntos los tres, e íbamos por la calle San Martín de la mano. Tú, con aquella boina que llevaste tantos años, me recordabas a las películas italianas de los 40 y 50, como aquel padre y su hijo de “Ladrón de bicicletas”.
Y cuando tú, abuela Julia, vivías en el Grupo Velarde y celebrábamos romerías en el barrio en la primera semana del mes de mayo, y comíamos en tu casa, en aquel comedor cuyas sillas conservo intactas en la actualidad. Puro cine para ver en familia…
La película de la que hablo en el capítulo es una cinta cargada de emotividad y sensibilidad. “La Pasión de Cristo”, de un tal Mel Gibson. Una película que me ha llegado a lo más profundo de mi corazón.
Por eso estáis aquí vosotros. Porque escenas como las que voy a comentar a continuación, han avivado hasta límites insospechados los latidos de mi corazón; Porque siempre que veo una película, echo la vista hacia atrás y pienso que mi tío Cholo y mi tía Maruja están sentados en sus respectivas butacas compartiendo ese momento conmigo; porque cada vez que veo películas como “La violetera”, tengo a mi abuela Julia a mi lado diciendo “que guapa está la Montiel”…
Ya veis. En un capítulo que no habla de Semana Santa ni de recuerdos, la carta introductoria es la más evocadora de todas.
Y es que no podía ser de otra manera.
Como decían en “Mundos opuestos”:
– Gracias por todo lo bueno.