
Aportando más datos técnicos, comentar que este “Cristo de la Agonía” capta el instante en que Jesús pronuncia “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, de ahí que el gran Daniel Alegre denominara a su imagen el “Cristo de la Palabra Eterna”. Y es que este Cristo, al igual que el de “La Tercera Caída” de Cacicedo, son imágenes que hablan por sí solas, con unos ojos que imploran bondad y piedad sin necesidad de la palabra. Todo un prodigio y una certera obra maestra. Sobre todo, a la hora de tallar el cuerpo del Jesús, sin apenas mostrarnos las huellas del martirio de la flagelación, sin apenas sangre. Todo un estudio de la anatomía humana con enorme detalle en huesos, abdomen y extremidades (qué brazos y qué piernas tan maravillosamente bien talladas…)
Y cómo no describir a la Virgen que acompaña al Cristo. Todo un prodigio de sensibilidad, con esas manos agarradas y fundidas junto a su corazón; esa mirada rota de dolor hacia lo alto, hacia los ojos del Cristo, como implorando el fin de tanto dolor y crueldad; y la riquísima variedad cromática, perfecta en armonía y delicadeza; y los ojos y esa boca entreabierta…
Las maravillosas andas en las que este Paso procesiona por las calles de Santander, fueron obra de Manuel Peralta allá por 1959. Magníficas en su gusto por el labrado de la madera, el artista, que seguramente nació ya inspirado para la realización de las mismas, las adornó con unos faroles muy del gusto del barroco – y del mío – que conjuntan a la perfección con la integridad de la imagen. Es más, pienso que imágenes y andas no deberían procesionar nunca por separado, pues son lo uno a lo otro de la misma manera que la nostalgia es la banda sonora ideal para el otoño.
Y analizando esta imagen en este preciso instante, me apetece rescatar ese soneto del Conde de Villamediana titulado “Cuando Cristo pidió a su Padre perdón por sus enemigos”:
Eterno amor, eterna tolerancia
en la esencia de Dios muriendo ardía,
claro eclipse de gloria, obscuro día
velo de culpas puso a su distancia.
Cuando el celo inefable, la constancia
que dio su vida por salvar la mía,
rogando al Padre por la gente impía
disculpaba su error en su ignorancia.
Oh, paciencia de Dios, milagro eterno,
y cargo que me hace a mí conmigo
de obstinada perfidia, y de malicia:
por el amor que en mi pureza tierno
en inocencia ejecutó el castigo
que mereció mi culpa a su justicia.
La obra maestra de mi Semana Santa se encuentra al culto en la Iglesia del Sagrado Corazón de los PP. Jesuitas, a la izquierda del Altar Mayor. Si van por allí, no se la pierdan. Es de esas películas que ganan a partir del segundo visionado.
Y cómo no describir a la Virgen que acompaña al Cristo. Todo un prodigio de sensibilidad, con esas manos agarradas y fundidas junto a su corazón; esa mirada rota de dolor hacia lo alto, hacia los ojos del Cristo, como implorando el fin de tanto dolor y crueldad; y la riquísima variedad cromática, perfecta en armonía y delicadeza; y los ojos y esa boca entreabierta…
Las maravillosas andas en las que este Paso procesiona por las calles de Santander, fueron obra de Manuel Peralta allá por 1959. Magníficas en su gusto por el labrado de la madera, el artista, que seguramente nació ya inspirado para la realización de las mismas, las adornó con unos faroles muy del gusto del barroco – y del mío – que conjuntan a la perfección con la integridad de la imagen. Es más, pienso que imágenes y andas no deberían procesionar nunca por separado, pues son lo uno a lo otro de la misma manera que la nostalgia es la banda sonora ideal para el otoño.
Y analizando esta imagen en este preciso instante, me apetece rescatar ese soneto del Conde de Villamediana titulado “Cuando Cristo pidió a su Padre perdón por sus enemigos”:
Eterno amor, eterna tolerancia
en la esencia de Dios muriendo ardía,
claro eclipse de gloria, obscuro día
velo de culpas puso a su distancia.
Cuando el celo inefable, la constancia
que dio su vida por salvar la mía,
rogando al Padre por la gente impía
disculpaba su error en su ignorancia.
Oh, paciencia de Dios, milagro eterno,
y cargo que me hace a mí conmigo
de obstinada perfidia, y de malicia:
por el amor que en mi pureza tierno
en inocencia ejecutó el castigo
que mereció mi culpa a su justicia.
La obra maestra de mi Semana Santa se encuentra al culto en la Iglesia del Sagrado Corazón de los PP. Jesuitas, a la izquierda del Altar Mayor. Si van por allí, no se la pierdan. Es de esas películas que ganan a partir del segundo visionado.