CONCIERTO DE RECUERDOS
A la memoria de Alfredo Cantero Calvo
FREDI

créditos

una historia recordada, escrita y seleccionada por
ISIDRO R. AYESTARAN

prólogo
FRANCISCO GUTIERREZ DÍAZ

fotografías principales
CARMEN PEREZ MARTINEZ

crónicas periodísticas firmadas por
A. Bustamante, Elena Bilbao, Elvira Hermida, Emilia Levi, Iñigo Ben, J.A. Pérez Arce, José A. San Martín, Juan Carlos Flores-Gispert, M. Muriedas y P. G.

otras fotografías por
Alberto G. Ibáñez, Andrés Fernández, Angel de la Hoz, Celedonio, Juan Torralbo, Lobera, M. de las Cuevas, Ortega, Pablo Hojas, Raúl San Emeterio, Roberto Ruiz, Samot, Se Quintana, Serrano y José Antonio Hoya Corral

toque a oración

Melodías para Semana Santa” nace con un único propósito. El dar a conocer, a golpe de recuerdos, la Semana Santa de mi infancia, la Semana Santa como cofrade y participante en las procesiones, y la Semana Santa como resultado de mis ilusiones y mis vivencias.

Así, cada capítulo va introducido por una carta dedicada a un ser querido; y es que cada parcela de mi vida ha sido inspirada por la compañía de una persona determinada que, cogiéndome de la mano, me paseó por todo un mundo mágico que me ha llevado hasta estas páginas. Y de igual modo que Robert Redford descubrió su mundo a Meryl Streep sobre una avioneta en “Memorias de Africa”, yo les descubro el mío a través de estas misivas tan plenas de recuerdos y vivencias. Que no es poco.

Y es que cada etapa de mi vida es distinta a las demás de igual modo que no es lo mismo enamorarse con quince años que con treinta; igual que no es lo mismo llorar el desamor la primera vez que la última, que siempre es la que más duele; y de igual manera que la vida no huele igual en invierno que en primavera.

En definitiva, que es ahora cuando, tras madurar los sueños de la infancia, veo a estos como el inicio de un sendero que me ha llevado hasta estas páginas de idéntica manera que el arco iris condujo a Judy Garland hasta la tierra del mago de Oz.

Por último, aclarar que “Melodías para Semana Santa” no es ni un ensayo literario ni un libro de investigación. Es, simplemente, todo un volumen de vivencias narradas y evocadas a lo largo de este concierto de recuerdos, como me gusta llamar a este libro que ha sido dictado por el corazón y por la evocación de aquellas primeras imágenes sacras que veía por las calles de la ciudad agarrado a la mano de mi madre.

Este ha sido el “toque a oración”.

Ahora, con el Paso en la calle, comienza la procesión.


ISIDRO R. AYESTARAN
Mayo de 2004

PRELUDIO


Fue una noche en la que todos salíamos de organizar nuestras imágenes para la exposición de Pasos que se inauguraría al día siguiente, Viernes de Dolores.
En el interior de la carpa quedábamos unos pocos – los de siempre – y en eso, el guarda jurado nos avisó de “su” presencia señalándonos hacia la entrada del recinto.
Allí, vimos una silueta oscura y alargada, inmóvil y camuflada en el negro de la noche y apenas iluminada por la farola que había junto a la entrada.
– Me ha pedido que, si por favor, la dejo pasar unos segundos para depositar unas flores junto a una de las imágenes – nos dijo el guarda.
Casi todos asentimos y el guarda, acercándose a la persona de la entrada, le despejó la lona para que pudiese entrar.
Apenas nos fijamos en quien entraba. Estábamos tan inmersos en terminar de recoger nuestros bártulos, limpiar el laurel de alrededor de nuestro Ecce Homo y marcharnos a casa para descansar, que no le dimos la más mínima importancia.
Pero en una fracción de segundo, apenas un instante, desvié la mirada y la pude ver acercándose con paso firme hacia nuestra imagen.
– Es el Cristo de la cárcel, ¿verdad? – nos preguntó.
Asentí mientras volvía a nuestros quehaceres.
En ese momento, posó un ramo de margaritas a los pies del Ecce Homo, lo miró fijamente, rezó en silencio, como madurando cada palabra, y a pesar de la improvisada iluminación que teníamos en ese momento, pudimos verla derramar una lágrima.
– No saben cuánto se lo agradezco – nos volvió a decir con su voz potente.
Dirigió de nuevo la mirada hacia los ojos del Nazareno, tragó saliva, y regreso sobre sus pasos para salir de la carpa.
Allí la estaba esperando otra mujer de gran estatura que, rodeándola con sus brazos, consiguió que se fundieran en una sola para alejarse en la penumbra de la noche.
– Eran dos lumis – dijo uno sonriendo con sorna – dos de “esas”.
Sin embargo, para nuestro Ecce Homo había sido un corazón solitario en busca de refugio y consuelo interior.
Y esa noche, parecía como si las manos de la imagen estuviesen más prietas que nunca.
Como si no quisieran soltarse jamás.

INTRODUCCION DE UN AUTOR DEL PASADO


“Lector, hermano mío: Quienquiera que seas, hombre o mujer, joven o viejo, pobre o rico, obrero o aristócrata, te quiero y daría mi sangre por serte útil y agradable. Si estás contagiado de la frivolidad ambiente y por estas mis primeras palabras me calificas de cursi; si eres intelectual, y al ver el título del presente libro has sonreído llamándome pedante, te diré lo que en ocasión memorable dijo Temístocles: Pega, pero escucha. Censúrame, ríete de mí, pero sigue leyendo, siquiera, hasta la conclusión de este prólogo.

Al empezar mi obra, tengo miedo. Pero este miedo no es hijo de una falsa modestia. No creas, lector amigo, que me dispongo a hablar “de la pesada carga que gravita sobre mis débiles hombros”, ni que voy a hacer las consabidas protestas acerca de mi pequeñez y de mis escasos méritos. Si no me creyera capaz de dar cima a mi empresa, no la comenzaría, y estoy convencido de que la constancia y el entusiasmo hacen milagros. Mi miedo, que es enorme, obedece a la seguridad en que estoy de que se me calificará de atrevido, de osado y aún de cínico; y no ciertamente por los espíritus faltos de ideal, cuyas censuras no me importan, porque yo creo, con Feuillet, que el mayor mal que pueda ocurrirnos no es temer la crítica de los que despreciamos o compadecemos, sino la de los otros, de los míos, de los que darían su vida y su sangre por la desaparición de la mayor plaga nacional: la incultura.

El presente libro soy yo mismo.

Lector, hermano mío, al recomendarlo a tu benevolencia, te saludaré con las palabras de Pilato:

–¡Ecce Homo!”


JUAN TELLEZ Y LOPEZ
18 de febrero de 1906

LAS PALABRAS DE PACO


Era la tarde de Viernes Santo de 1979 -veintiséis años ya- y yo, en el Paseo de Pereda, contemplaba el desfilar de las Cofradías, solo seis, y de los pasos, nada más que ocho, que recorrían las calles en la tradicional procesión del Santo Entierro. Desde niño había ido, con fidelidad inalterable, a “ver” los cortejos penitenciales de Semana Santa en mi ciudad de Santander, y siempre me habían causado singular e irracional sensación a pesar de su cada vez más precaria “puesta en escena”. Sin embargo, nunca, en mis diecinueve años de vida, había participado directamente en ellos ni se me había ocurrido integrarme en el mundo cofrade. Recuerdo que, a mi lado, una persona, hoy ya desaparecida pero de la que conservaré permanentemente el mejor de los recuerdos, murmuró al terminar de pasar la procesión por delante de nosotros: “Esto no dura ni dos Semanas Santas más”.
Era lógico que así pensara. Desde mediados de los sesenta nuestros cortejos penitenciales habían ido entrando en caída libre hasta llegar al lastimoso estado en que entonces se presentaban ante nuestra vista. Sin duda, también los entonces responsables de la Junta de Cofradías eran conscientes de ello, pues días después apareció en la prensa un anuncio en el que convocaban a quienes estuvieran dispuestos a apuntalar estas tradicionales manifestaciones de religiosidad popular a participar en una reunión que tuvo efecto en los salones parroquiales de los PP. Pasionistas.
Animado por uno de mis amigos, que esa Semana Santa había tocado el timbal en la banda de la Archicofradía de la Pasión, allí nos presentamos los dos con tanta osadía como disponibilidad. Y aquellos señores, ya ancianos la mayoría, nos recibieron con los brazos abiertos y depositaron enseguida una confianza en nosotros (hasta entonces desconocidos para ellos y ni siquiera veinteañeros), que permitieron casi de inmediato una relación fluida y amistosa que duró tantos años como la vida que le quedó a cada uno. La Hermandad de La Inmaculada había anunciado su desaparición inmediata, y como en aquellos momentos yo presidía un nutrido y animoso grupo juvenil en la parroquia del Carmen, decidimos hacernos cargo de ella y asegurar su continuidad.
No sé cómo pasó, pero tal cosa marcó el punto de partida de la “resurrección” de nuestras procesiones penitenciales santanderinas. Fueron llegando más jóvenes, reconstituyéndose Hermandades, recuperándose pasos y enseres dispersos… Aquel Viernes Santo habían salido a la calle -¡y en qué condiciones!- solo seis Cofradías y ocho pasos. En 2005 lo harán trece de las primeras y veinticuatro de los segundos. Quedan en medio veintiséis años de ilusiones y de trabajos, de logros y de fracasos, de generosidad y de esfuerzo, de compañerismo y espíritu de sacrificio; de múltiples experiencias, en suma.
El autor de este libro, Isidro, que ha tenido conmigo la sincera amabilidad de querer que yo lo prologara, ha vivido la Semana Santa santanderina y el mundo cofrade desde la infancia. Catorce años más joven que yo, ya la conoció renovada y en auge creciente. No por eso se situó, como muchos, en la posición cómoda de dejar el trabajo a los demás y beneficiarse del mismo en las ocasiones “de lucimiento”. Muy al contrario, ha bregado y luchado desde niño por ella como el que más, no ha sido espectador sino protagonista de su devenir y de sus avatares, primero en “su” Archicofradía de La Merced y actualmente también en la Junta de Cofradías.
Conociéndole, sabiendo de su personalidad, de su talento, de su sensibilidad, de sus cualidades, de su temperamento, no me cabe duda de que el presente libro -cuyo texto no he podido conocer aún porque el autor prefiere que su lectura no influya en mí a la hora de prologarlo- será un torbellino de vivencias, de impresiones, de elucubraciones mentales y sentimentales. Una amalgama de ideas y de imágenes, de aromas y colores, de poesía y de prosa, ésta nunca banal. Él es así. Él tiene alma de creador, de artista, de poeta, y estas personalidades tan especiales hacen cosas especiales también. Son capaces de ver con ojos distintos a los del común de los mortales el mundo que los rodea, de analizarlo con verdadera personalidad y originalidad, de establecer relaciones sorprendentes entre las cosas, de sentir con otra intensidad, de mirar con la lucidez de lo intuitivo…
Me atrevería a aventurar -si mucho no me equivoco, y estoy seguro de que no- que este libro no es para quien busque un estudio metódico, estructurado, digamos que “científico”, sobre las Cofradías y procesiones de la Semana Santa de Santander. Para eso ya existen otras publicaciones aparecidas previamente. Este texto es para quien quiera acercarse a las vivencias personales de un cofrade que lo ha sido “de toda la vida” y que lo ha sido (y sigue siendo) intensamente. Y, como dejo ya apuntado, ni siquiera encontraréis aquí reflejadas las experiencias y sentimientos de un cofrade más, sino un cofrade privilegiado, por su personalidad y por su vinculación al mundo que analiza y evoca. Un cofrade muy particular que se llama Isidro Rodríguez Ayestarán.

FRANCISCO GUTIÉRREZ DÍAZ

SEMANA SANTA 1985

Queridos Francisco y Tomás:

¿Os acordáis de aquella primera vez que nos pusimos un tambor y comenzamos a darle golpes sin saber a ciencia cierta cómo acertar a conseguir que aquello sonara como Dios manda? Nos miramos los tres sonriendo. Fue en Navidad. Por allí ya estaban colocando el Belén en uno de los rincones de la vieja capilla. Todo parecía indicar que el espumillón, el turrón y aquella rota zambomba que Nano encontró en uno de los viejos armarios harían presagiar unas navidades cargadas de magia. Como todas las que habíamos vivido anteriormente. Pero no. Era Semana Santa y el sonido de los tambores había vuelto loco al calendario. La tía Tere estaba faenando por allí cerca, preparando la merienda que todos los años se hacía en la Merced con motivo de las fiestas navideñas. Y sonreía al vernos con los tambores.

El resto de los primos, los amigos y nuestro hermano Jorge vendrían con el paso de los años. Por eso, este primer capítulo está dedicado a aquel primer momento, a aquel mágico instante que vivimos entre las cuatro paredes del destartalado local que nos servía como centro de reunión.

Insisto. Era Navidad, pero ya se respiraba a Semana Santa.

La atmósfera de unos primeros redobles recogidos en un artículo que una revista me publicó hace años.

Y como no podía ser de ninguna otra manera, dedicado a vosotros:

Los primeros redobles


Fue en las Navidades de 1984 cuando tres mocosos de once, diez y nueve años de edad hicimos acto de presencia en los locales de la Archicofradía de la Merced, la vieja capilla que se encontraba situada en nuestra misma calle, a escasos metros de nuestro portal.
Había sido nuestra propia tía Tere quien nos había engatusado a mis hermanos y a mí con una “merendola” que se celebraba con motivo de las fiestas navideñas. Allí, además, nos enseñarían a tocar el tambor para, si nos gustaba y nos atrevíamos, poder salir en las procesiones de Semana Santa.
No recuerdo si acudimos a la cita en cuestión, ya que por aquel entonces, si uno de los hermanos no iba a algún sitio determinado, los demás tampoco. Y, la verdad por delante, eso de ir a fiestas o reuniones con gente mayor y desconocida era algo que no sólo me aterraba, sino que me producía mucha vergüenza. Pero lo que sí es cierto, es que nos presentamos a los pocos días y, de nuevo, aleccionados por nuestra persistente tía.
Mi hermano Francisco, el mediano, ya había salido en procesión con la Archicofradía en un par de ocasiones, y como todos los niños que procesionaban, lo había hecho vestido con un hábito rojo y portando una pequeña cruz de madera. Sin embargo, la responsabilidad que requería el salir con un tambor en la cintura y dando baquetazos armónicos que sonaran a “marcha lenta” o “marcha ordinaria”, era mucho mayor que el salir con un pie delante del otro sin más requisito que ese.
Y allí estábamos tres mocosos – con la presencia y el toque de edad que tenían los niños de diez años en el año 84 y no la de ahora –, mirando por cada uno de los rincones de la vieja capilla mientras, no sólo mi tía, sino todos los allí presentes, nos sonreían y se empeñaban en enfundarnos los correajes y los pesados tambores que ya habían sido “baqueteados”lo suyo desde los años 40 en adelante.
Recuerdo que habíamos convencido a nuestro vecino Agustín para que acudiera con nosotros a esa cita que nos habíamos empeñado en retrasar por eso del miedo a lo desconocido, y también me viene a la memoria la primera vez que me colocaron entre mis dedos el par de baquetas con el que tendría que castigar al viejo, cansado y pesado tambor.
– “La baqueta, en la mano derecha, se coge con todos los dedos mientras que la que se coloca en la mano izquierda, se hace situándola entre los dedos corazón y anular y sujetada con el pulgar”.
Víctor, el chico que nos iba a dirigir, se colocó en el centro del local anexo a la capilla y, tras mirarnos a mis hermanos, mi vecino y a mí, comenzó con los toques exactos que había que dar.
Los toques que dimos nosotros puede que se pareciesen algo a lo que Víctor había tocado previamente, no lo recuerdo con total exactitud, pero lo que sí ha permanecido en mi interior durante todos estos años, fue el sonido de mi viejo tambor, retumbando por las viejas y cochambrosas paredes de la mítica capilla, escuchando el eco que se formaba y haciéndome sentir que aquellas paredes siempre habían estado impregnadas del aroma del tambor y la Semana Santa. Y fue, precisamente en ese mismo instante en que di mis primeros golpes con las baquetas, cuando tuve la certeza de que los antiguos cofrades que habían formado parte de la Archicofradía desde sus inicios, todos aquellos que ya no se encontraban entre nosotros en este reino de los vivos, habían bajado del cielo para recrearse con la visión de cuatro muchachos que, pese a que les habían despertado de su siesta, lo habían hecho con los toques que tantas veces habían marcado su paso procesional a lo largo de años por las calles de Santander.
Cuando decidimos que sí saldríamos en procesión acompañando a nuestro “Jesús Nazareno” y nuestra “Piedad” en la próxima Semana Santa, la de 1985, se fijaron los ensayos para los sábados por la tarde. Y allí acudíamos, después de disfrutar de “Sesión de tarde”, el programa cinematográfico que echaban tras el telediario y con el que disfrutábamos con maravillas como “Gunga Din”, “Fort Apache” o “Tres lanceros bengalíes” – míticas películas en blanco y negro con que la televisión de entonces nos obsequiaba a los cinéfilos, yo uno más pese a mi corta edad, a eso de las tres y media). Total, que tras comentar lo bien que lo habíamos pasado viendo a John Wayne persiguiendo a los indios, nos enfundábamos los correajes y dábamos inicio a nuestros ensayos con el tambor.
Si la primera experiencia con el sonido del tambor había sido mágica, lo que sentí cuando me vistieron el hábito de la Archicofradía es algo inenarrable. Y no me importó que los hábitos que tenían los de la Merced estuviesen en muchos casos raídos o pasados por las continuas puntadas y retoques que habían realizado para mejorar el atuendo. Es cierto que por aquel entonces la Merced no tenía dinero para poder hacer hábitos nuevos para que pudiera salir todo el mundo de punta en blanco, ni que se pudiera permitir enormes fastos – se habían gastado un capital en comprar unos tambores nuevos para ¡¡nosotros!! – pero lo que sí es cierto y llena de orgullo a esas gentes que con el paso del tiempo se han convertido en amigos, es que el dinero era lo de menos siempre y cuando la ilusión por procesionar por las calles de la ciudad ocupara el primer lugar en nuestras prioridades.
Y así ha sido durante todos estos años.
Ese nuestro primer año, 1985, se decidió que no saliésemos tocando el tambor el día de Miércoles Santo para no cansarnos y, así, poder procesionar el Jueves y Viernes Santo. Por eso, nuestra primera salida fue portando unos hachones en nuestra procesión estrella, la “Procesión del Perdón y el Silencio”, en la que la Archicofradía de la Merced, con su Paso del “Jesús Nazareno” – el Ecce Homo – portando a hombros por doce costaleros, llegaba hasta las dependencias de la Prisión Provincial para liberar a un preso, ya que la prioridad de la Archicofradía es la atención continuada a los presos.

Por tal motivo, nuestro bautismo de fuego se originó el día de Jueves Santo. A eso de las siete debíamos estar todos formados en la calle Bonifaz para dirigirnos al Ayuntamiento, desde donde partía la “Procesión de la Santa Vera Cruz y Pasión del Señor”, y en la que nosotros salíamos en segundo lugar.
Recuerdo con especial ternura a mi abuela Julia cosiéndonos las puñetas del hábito pues las mangas nos quedaban largas y no podíamos coger correctamente las baquetas. Y eso, cinco minutos antes de nuestra salida desde la vieja capilla, para desesperación de los Mayordomos de la Archicofradía y de mi propia tía Tere, que veía cómo llegaba la hora de salida y todavía no estábamos ocupando nuestro lugar correspondiente.
Y de aquel primer día de tamborilero, también recuerdo con mucho cariño el hecho de que días antes me convencieran para que, en vez del tambor, saliera tocando el bombo, “un tambor algo más grande y pesado”, como me había explicado Víctor, y me llenaran el cuerpo con cuerdas de las de tender la ropa porque no teníamos dinero para comprar correajes especiales de bombo.
Así, con la firme decisión de dejarnos los nervios en casa para cuando volviésemos, ocupamos el lugar que Moncho – el Mayordomo – había previsto para la Banda de Tambores.
Y allí estábamos, expectantes a que por la puerta de la vieja capilla apareciera el Paso del “Jesús Nazareno”, sacado a pulso por los costaleros. La señal que indicaba que la Merced se disponía a recorrer su itinerario por las calles de Santander a golpe de nazarenos, penitentes y toques de tambor.
No sé si nos dejamos en casa todo el manojo de nervios que teníamos en el cuerpo, sólo acierto a recordar que golpeábamos los tambores y el bombo con más cariño y amor que profesionalidad – como nos dijo algún que otro “todo-lo-sé” habitual en estos lares – y, sobre todo, lo hicimos con algo que ha seguido vigente a lo largo de estos diecisiete años.
Mis hermanos, mi vecino y yo, salimos tocando con algo que caracterizaba la ingenuidad infantil de entonces. Y ese algo tiene un nombre tan fácil de pronunciar como significativo y mágico. “ILUSION”.
Eso sí, al acabar nuestra primera procesión a golpe de tambor, todo el mundo se puso de acuerdo para felicitarnos y mostrarnos su alegría por lo bien con que lo habíamos hecho. Incluso nos dijeron que habíamos conseguido tapar a la Banda de la Cruz Roja, que por aquel entonces acompañaba al Paso de la “Virgen de los Dolores”. Y eso, para unos críos de nuestra edad, ya era mérito.
Hoy, este día en que he decidido ponerme a recordar aquel primer año en que salí en procesión, tengo previsto acudir a la reunión de la Junta de Cofradías de la que formo parte, y en la que comenzaremos a preparar los itinerarios y todo el cúmulo de actos que formarán parte de la Semana Santa del 2002.
Y todavía, con mis veintiocho años, sigo acudiendo a mis ensayos con los más de veinte compañeros que formamos parte de esta Banda de Tambores y Cornetas que fundamos, en cierta medida, mis dos hermanos Francisco y Tomás, mi vecino Agustín y yo.
Más de veinte compañeros, todos ellos gente del barrio que, gracias al “boca a boca”, siguen haciendo posible que nuestro Nazareno procesione por sus calles al son de nuestras marchas y nuestras baquetas.
Y aunque nuestros ensayos son ahora a las cinco de la tarde, y ya no vemos cómo John Wayne persigue indios porque ahora está de moda otras cosas en televisión, en la Archicofradía de la Merced sigue estando a la orden del día el preparar la Semana Santa con los ingredientes mágicos, con esos secretos de cocina que hemos tenido durante todos estos años.
Cariño, amor e ilusión.

ISIDRO R. AYESTARAN
Artículo aparecido en la revista “PASOS”, en su nº 17
correspondiente al primer trimestre de 2003

LAS IMAGENES DE MI INFANCIA

Querida mamá:

¿Te acuerdas de aquellos abrigos azul marino con botones dorados que nos ponías a los tres para ciertas ocasiones especiales? ¿Y también de aquellos verdugos que nos poníamos en la cabeza para no pasar frío en invierno?

Pues bien. Este capítulo va de recuerdos – aunque todo el volumen sea una recreación de los mismos, este lo es de manera especial –. Y es que aquellas primeras procesiones que veíamos en el Paseo Pereda, y todos juntos como si fuésemos una piña, me descubrieron un mundo que hoy, cuando han pasado los años – como dice el bolero –, han conseguido que se hiciesen realidad.

En aquella época apenas había televisión, y casi todo lo que echaban en Semana Santa eran películas de romanos y sobre la vida de Jesús. Todos nos juntábamos en el salón para verlas antes de que empezara la procesión. Incluso bajaba la prima Ana porque nosotros fuimos los primeros en tener una televisión en color. Qué cosas. Todo aquello que hoy nos parece tan primordial e incluso como algo obvio, que se tiene que dar por que sí, en aquella infancia nuestra, todo esto que hoy es así, a nosotros nos parecía un gran acontecimiento, algo mágico e inolvidable.

Pues eso. Que este capítulo de imágenes, recuerdos y completa revisión de aquellos primeros años, está dedicado a ti. Por aquellas primeras jornadas de Semana Santa y por aquellas películas de romanos que veíamos en ese primer televisor en color que teníamos sobre aquel armario esquinero que nos había hecho el tío Cholo.

Los recuerdos son sentimiento y latidos del corazón. La verdadera señal de que las fotos en blanco y negro están más vivas que nunca.

Gracias por la infancia:

Pasos y cine del de antes

Echando la vista hacia atrás, el mundo del cine comenzó mudo y en blanco y negro, en las barracas de feria y ante la enorme expectación de unas gentes que se abrían a pasos agigantados en “eso” que iba a revolucionar al mundo entero. Aquí, en Santander, el cine tuvo su bautismo de fuego en el mes de agosto de 1905, tal y como recogen las crónicas de la época, cuando un tal señor Piñal instaló un cinematógrafo en las cercanías del muelle y con unas características muy curiosas que causaron admiración entre las gentes de la ciudad. A través de un gramófono, se consiguió que las imágenes proyectadas sobre un lienzo hablasen, bailasen y hasta cantasen. Todo un hito verdaderamente insólito en unos tiempos en que el primitivo cine aún estaba en pañales.
Si rememoro mis inicios en el mundo de la Semana Santa, estos también son mudos y en blanco y negro; mudo, ante la imagen de nuestro Nazareno saliendo a hombros por la puerta de la vieja capilla de la Merced y ante la expectación y devoción de unas gentes que, a finales del siglo XX, mantenían la idea de progreso como algo bien latente y patente en sus vidas; y en blanco y negro, porque en las noches cerradas de Santander, el blanco de los hábitos de los de la Merced resaltaba – y sigue resaltando – sobre un negro que devoraba al naranja crepuscular de primavera y que tan sólo se iluminaba con la luz indirecta de los faroles situados junto a nuestras imágenes, al tiempo que el silencio respetuoso del caminar de nuestros hermanos por las calles de la ciudad formaban parte del ornato de ese primer plano cinematográfico de mi vida.
Es hoy, desde mi perspectiva de nuevo Secretario de esta Junta de Cofradías Penitenciales que engloba a las doce que procesionan en Santander, y tras haber realizado hace unos años una exposición con los mejores y más artísticos carteles que han pregonado la Semana Santa de mi ciudad, cuando decido rememorar en glorioso blanco y negro – como reza la publicidad de las viejas películas de Hollywood – aquellas estampas que se han querido alojar en lo más profundo de mi retina y de mi corazón.
Las que enumero a continuación, son las que han permanecido para siempre en mi memoria mientras un servidor, espectador infantil y atónito, sentado en aquellas sillas azules que se alquilaban en el Paseo Pereda para presenciar las procesiones (y en el auditórium del Sardinero, junto a la Iglesia de San Roque, para ver a Chupagrifos y compañía), iba descubriendo una colección de estampas que, con el tiempo, pasarían a ser primeras figuras del teatro de mi vida. Y como en el cine, aquellas imágenes de mi infancia conjugan a la perfección con toda esta trama de igual modo que Maureen O´Hara es la esencia del cine de John Ford, y la sonrisa y la lágrima la del cine de Sir Charles Chaplin.

La Virgen de los Dolores


Yo ya era espectador, en primera fila y junto al pasillo, de todo aquel gran desfile continuo de imágenes a golpe de tambor y saeta de principios de los 80. La reina, la estrella de la película, era la “Virgen de los Dolores” debido a la solemnidad artística de la talla y de las andas que la portaban. Palio, candelería, jarrones de plata, corona y diadema, un inmenso y majestuoso manto profusamente bordado y las joyas de las señoronas pudientes que, anécdotas puntuales aparte, servían para embellecer aún más si cabe la preciosa imagen que Daniel Alegre Rodrigo realizó en 1941.
Sobre esta monumental imagen – aunque a la Virgen se la procesionara sola, sin palio ni adorno alguno, seguiría siendo monumental y soberbia – se ha hablado y escrito mucho. Y es de recibo el rescatar de aquellos viejos programas de nuestra Semana Santa, concretamente la de 1948, una reseña escrita por D. Marcial Solana, hermano de la cofradía, sobre esta su “Virgen de los Dolores”, y la hermandad que la procesiona, la Real Hermandad y Cofradía de los Dolores Gloriosos de la Santísima Virgen María y San Andrés Apóstol:

“Con verdadera fuerza de expresión declara lo que fueron los dolores de la Santísima Virgen en la Pasión y Muerte de su Divino Hijo, la frase con que Simeón se los anunció en el templo de Jerusalén al poco de haber nacido Jesús, nuestro Salvador: “Y una espada atravesará tu propia alma (Evangelio según San Lucas, capítulo II, versículo 35)”.
La espada de que habla el santo anciano es la propia Pasión del Redentor. Esta espada atravesó a la vez a nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Madre, pero de modo distinto y causando diversos efectos. En el Salvador, esa espada atravesó la sagrada humanidad, hipostáticamente unida a la persona del Verbo; y produjo la muerte real y propia, separando entre sí el alma y el cuerpo de Jesús. Esa misma espada, la Pasión de Nuestro Señor, atravesó también el alma de la Virgen María, que presenciaba los tormentos y agonías de su Hijo, pero no produjo la muerte real y propia de nuestra Señora, no separó entre sí el alma y el cuerpo de María Santísima; pero causó en ella dolor tan acerbo y aflicción tan intensa que, puede decirse con todo fundamento, que el alma de Nuestra Señora quedó transido y traspasada, de suerte que de no mediar un auxilio especialísimo por parte de Dios, la Virgen María hubiera muerto entonces.
Es indudable que nuestros pecados fueron la causa de la Pasión y Muerte del Redentor y, por consiguiente, también de los Dolores de la Virgen María. Nosotros hemos sido la espada que atravesó el alma de la Madre de Dios. Caigamos pues a los pies de la Virgen de los Dolores y, arrepentidos y pesarosos de haber pecado, digámosle no sólo con los labios, sino principalmente con el corazón y el alma, lo mismo que Jacopone di Todi en el “Stabat Mater Dolorosa”, según nuestro Lope de Vega lo tradujo en versos castellanos:

¡Oh, Madre, fuente del amor,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo!

Y que por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado,
más viva en El que conmigo.

Y porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en Sí;

y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Virgen de vírgenes santas,
llore con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea,

porque su Pasión y Muerte
tenga en mi alma de suerte
que siempre sus penas vea.

Marcial Solana, Hermano de los Dolores. Marzo de 1948”

En el programa publicado en 1947, también se hacía alusión a dicha cofradía enumerando las distintas actividades emprendidas por la hermandad para mejorar y embellecer a la imagen de la Virgen:

“Ya en el pasado año se indicaron los fines y actividades de esta cofradía, iniciadora de la creación de las cofradías montañesas; sus hábitos de penitencia con túnica negra y capa blanca.
La labor desarrollada en el presente año ha sido por demás fecunda y merece destacarse; además de los cultos ordinarios que prescriben las Reglas, y a los que se da el máximo esplendor posible, los celebrados con motivo de la exaltación al Episcopado de nuestro queridísimo Director Espiritual y Fundador, Excmo. Y Rvdo. Sr. D. Lorenzo Bericiartúa, Obispo de Andada y Auxiliar de Zaragoza, que se dignó a aceptar nuestra invitación celebrando su primera Pontificial en la Iglesia del Sagrado Corazón.
Nuestras actividades dentro de la cofradía, aparte de lo apuntado, se podrán apreciar en los desfiles procesionales de la Semana Santa, en las realidades del magnífico manto artísticamente bordado por las RR. MM. Adoratrices, que mide veintiocho metros cuadrados y está todo él bordado en oro y que, Dios mediante, estrenará la imagen de Nuestra Madre el próximo día de Jueves Santo; y en la no menos magnífica talla policromada de Jesucristo muerto en la Cruz, obra del inspirado escultor montañés y Hermano nuestro D. Daniel Alegre, imagen llena de misticismo y serenidad que, bajo la advocación del “Santísimo Cristo del Amor”, se pondrá por primera vez a la veneración de los fieles en los Divinos Oficios de Viernes Santo, en la Parroquia de San Francisco.
También, y como donativo de unos de nuestros Hermanos, se está construyendo un suntuoso trono plateado cuyo artístico proyecto y ejecución ha sido encomendado al Hermano de esta Cofradía, Sr. Mucientes, y cuyo trono confiamos poder sacar este año, aunque esto no depende sólo de nuestro deseo.
No se ha olvidado, no obstante, el propósito de la organización de nuevas cofradías, y durante este año se han organizado cuatro. Dos de estas cofradías desfilarán con su Paso propio, y otras con el de N. P. Jesús del Gran Poder, réplica en madera policromada de la venerada imagen de Sevilla.
Lo apuntado dará una ligera idea de las actividades de esta Real Hermandad, que entre sus proyectos para el próximo año, tiene la organización de cuatro nuevas cofradías, cerrando con ellas, el número de las diez cofradías filiales, proponiéndose, una vez conseguido esto, constituir juntamente con ellas la Archicofradía Sacramental de la Sagrada Cena, que además de desfilar con el Paso de la Cena en las procesiones de la Semana Santa, ha de tener un marcadísimo carácter eucarístico.
Dios quiera, y la Santísima Virgen N. M. toque el corazón de los montañeses para que todos se sumen a la labor de piadosa devoción y esplendor en los cultos conmemorativos de la Pasión del Señor.

Santander, febrero, fiesta de Ntra. Sra. De Lourdes del año 1947”

Pero, sin embargo, este proyecto de Archicofradía común no llegó a realizarse, aunque sí se constituyó la Junta de Cofradías, que pasaría a dirigir y coordinar todos los desfiles de la Semana Santa santanderina.
Como curiosidad, destacar también que en esa misma publicación de 1947 aparece una misiva que el Excmo. Y Rvdo. Sr. D. Lorenzo Bereciartúa, Obispo de Andada y Auxiliar de Zaragoza, remitió a la Cofradía de los Dolores, con el siguiente encabezamiento:

“A la Real Hermandad. A la primera Cofradía. A la de los Dolores Gloriosos de la Stma. Virgen y San Andrés Apóstol:
Reconozcamos la equivocación en que incurrimos en nuestras reuniones fundacionales. Temimos que nuestros ardores de celo apostólico se helarían con la frialdad del ambiente. Vimos el aluvión de burlas y motes que arrojaría de nuestras cabezas los capuchones y que dispersaría el tímido grupo de imprudentes cofrades. Los hábitos, las andas, las imágenes se liquidarían a precio de ruina. Nos equivocamos. Nuestra hermandad ha sido la primogénita entre once y madre de siete.
No pido derechos y título de patriarcado para la hermandad inicial e iniciadora.
Aconsejo se constituya un régimen de familia. Todas las hermandades tienen el mismo Padre, el mismo Hermano, Jesucristo; la misma Madre.
Débese prestar apoyo, protección a toda nueva hermandad paciente. Más así que llegue a la madurez de su ser, concédasele emancipación, autonomía, iniciativa, patrimonio; que son atributos inalienables e inembargables de toda personalidad plena.
Y la variedad es alegría, belleza, atractivo. La uniformidad cansa. En casa y en familia se vive feliz en pobreza, como a pesar de la abundancia de recursos, no se vive en los campos de concentración.
Cada planta vive según su especie y cada semilla se multiplica en otras iguales. Digo que cada hermandad debe promover el desarrollo de la idea germinal de la que brotó; traducir a realidades prácticas las orientaciones en las que se hizo palpitar a los primeros ímpetus.
La hermandad primogénita se debió a la idea de glorificar los Dolores de la Stma. Virgen. Glorificarlos es hacerlos fecundos de hijos marianos; multiplicar el culto mariano; recordar sus invocaciones como apellidos familiares de hermandad; promover la constitución de hermandades, crear centros de Santificación y celo; pasear a la Stma. Virgen por el corazón de los santanderinos.
Bien venidas sean cuantas hermandades apruebe el Obispo diocesano. Con su color en los hábitos. Con su nombre propio. Con sus finalidades. Con su peculiaridad individual.
La hermandad progenitora ideó las hermandades por profesiones. Intentaba el apostolado del ambiente, hacer del trabajo cebo de atracción; lazo unitivo; medio de culto; fuente de fraternidad; fomento de cooperación precio de redención; beso de Dios y de Nuestra Madre celestial sobre la frente sudorosa del cofrade.
No mordisqueemos con la murmuración concepciones de otros fundadores; mas no dejemos caer sobre piedra la semilla que un día guardamos en los hórreos de la Real Hermandad.
Nos comprometimos a copiar en nuestros afanes apostólicos el arrojo, tesón y abnegada solicitud de San Andrés.
No hay descanso hasta que cada una de las profesiones no cuente con su hermandad que le facilite el cumplimiento de sus derechos religiosos, el fomento de las virtudes cristianas, la adquisición de sobrados méritos sobrenaturales y su perfeccionamiento moral y humano.
De camino y sin estorbo de lo antedicho, bueno será que el ciudadano y el cuerpo encuentren provechosas ventajas en su vivir en hermandad.
Nunca es la justicia tan generosa, benigna y satisfaciente como la caridad. Ni el Estado tiene entrañas tan fértiles como la Iglesia.
Por eso, y sin menoscabo de las instituciones estatales, debe la Real Hermandad sorprender los ingeniosos recursos y abrir el pecho de la caridad cristiana para idear las distintas atenciones que a través de las mil aplicaciones de la misericordia divina, aligeren, endulcen, sanen… las mil necesidades privadas y sociales que pueden afligir a los hermanos.
Es obra que compete a la Junta de Hermandades. Ante ella, deben proponerla esa Real Hermandad y sus filiales.

Los unos por otros y Dios por todos.
Glorificados los Dolores de la Stma. Virgen.
Bendito Dios ahora y siempre.
Lorenzo – Obispo Tit. De Andeda.”

El Paso de “la Virgen de los Dolores” cerraba las procesiones los días de Jueves y Viernes Santo, días de especial recogimiento en unos tiempos – insisto, principios de los 80 – en que no había la televisión de ahora y el cine que echaban por la caja tonta – que no lo era tanto – se dignaba con las distintas versiones o adaptaciones que de la Biblia se realizaron en el Hollywood de entonces. Recuerdo aquellos días con títulos como “La túnica sagrada” – la primera película del Cinemascope -, el “Rey de reyes” de Nicholas Ray o incluso “El evangelio”, de Pasolini, por citar un ejemplo de cine en blanco y negro, que de eso se trata.
Curiosamente, el primer gran recuerdo de cine de época que tengo se remonta a la inauguración de las ya desaparecidas salas de cine Bahía, que con la proyección de “Quo Vadis”, obtuve mis primeras nociones de quien fue el apóstol Pedro en sus últimos días de vida y de cómo no quiso morir en la Cruz como su Maestro y por tal motivo lo crucificaron boca abajo en uno de los planos cinematográficos más solemnes de toda la historia del cine.
Todas ellas eran películas que uno veía después de comer y que terminaban cuando comenzaban las procesiones, así que el sentimiento de piedad y culpabilidad no parecía terminar nunca, y cuando pasaba la imagen de la “Dolorosa”, la última del cortejo procesional, aquello ya se asemejaba a las torturas aquellas que le practicaban a Gary Cooper en “Tres lanceros bengalíes”. Cosas de un niño de diez años. Pero, en definitiva, lo curioso del caso es que me empeñaba en identificar las escenas de aquellas películas en los Pasos que procesionaban por la ciudad, y a mí no me cuadraba el que las vírgenes de película llevasen coronas o diademas, y mucho menos puñales en el pecho, como llevaba – y sigue llevando – esa reina que es “La Virgen de los Dolores”, acompañada por nazarenos vestidos de blanco y negro – los colores de la Cofradía –, y escoltada, por aquel entonces, por los miembros de la Banda de Tambores de la Cruz Roja.
Por esas fechas, y continuando con el buceo en el baúl de la memoria, el periódico Alerta publicó en su edición del 3 de abril de 1980, Jueves Santo – yo ya como espectador infantil de la película de mi vida –, una entrevista a D. Jesús Diego, que fuera Presidente de la Junta de Cofradías y Hermano Mayor de la Cofradía de los Dolores, en la cual él relataba inicios y recuerdos con la inspiración puesta siempre en su Virgen de los Dolores:

“De las antiguas procesiones que se pasearon por nuestras calles antes de la guerra civil, y que organizaba la Venerable Orden Tercera de San Francisco, sólo quedaron, tras la contienda, tres Pasos: “El Cristo Yacente”, “Jesús con la Cruz a cuestas” y el “Ecce Homo” – finalmente destruido –, custodiados en la Iglesia de San Francisco. A partir de ello se crearían las cofradías en nuestra región que, desde el año 38, fecha en que se decidió revitalizar las procesiones de Semana Santa, han tenido un testigo a lo largo de todo este tiempo. D. Jesús Diego Soto, hoy Presidente de la Junta de Cofradías.
– El fundador y primer Presidente fue Mariano Tomé Cabrero, un segoviano que vivió en Santander durante casi toda su vida. El segundo Presidente fue Heraclito Iribarnegaray, hasta que hace cuatro años presido yo las cofradías.
Jesús Diego es además Hermano Mayor de la Cofradía de los Dolores, que sabemos que es la más antigua de Santander.
– Justamente en el 38 se creó esta cofradía, cuyo nombre real y completo es Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de los Dolores Gloriosos de la Santísima Virgen y San Andrés Apóstol. La denominación tiene fuertes connotaciones andaluzas porque nos basamos, para la creación de la cofradía, en las procesiones que se hacían por el sur de España. Por lo tanto, la “Dolorosa”, que es el último Paso que desfila en la procesión santanderina, es el más antiguo. Nuestra cofradía también tiene “El Cristo del Amor”. Ya en ese año salimos con una de escayola que aún estaba húmeda cuando la vestimos en San Francisco. Llevaba una magnífica corona que hizo el platero Mucientes y la sacamos en unas andas que pesaban una barbaridad. Al año siguiente se fundó la Junta de Cofradías, dando auge a todo esta primera cofradía, la de los Dolores. Y ya se hicieron las cosas más reposadamente y, por lo tanto, mejor.
Tenemos entendido que las cofradías, hasta hace unos años, las regían los gremios.
– Sí, cada gremio tenía su cofradía, sus Pasos en las procesiones. Así, el gremio de la alimentación tenía el Paso del “Descendimiento”; los agentes comerciales el de “La Virgen de la Esperanza”; los profesionales sanitarios el de “Nuestra Señora de las Angustias”; los funcionarios públicos, “La Humillación”; también estaba la Cofradía de la Paloma y San Juan Apóstol, que organizaban los vecinos de Numancia, y cuyo Paso era “El Prendimiento”… Todas estas hermandades filiales de la Cofradía de los Dolores. Otras cofradías son las de la Inmaculada, con el “Cristo Yacente” y “Jesús con la Cruz a cuestas”; la Archicofradía de la Pasión, con “La Virgen de la Amargura”; y la Cofradía de La Agonía, con “La Virgen de los Dolores junto al Cristo de la Agonía”.
El Paso de la cofradía más antigua, “La Virgen de los Dolores”, es quizá el más sobresaliente, colaborando en su esplendor las riquezas que lo componen.
– Cuando me hicieron presidente, prohibí estas donaciones de joyas y valores que tradicionalmente se hacían a la Virgen. Este alarde de riqueza no correspondía al fervor religioso y además era un continuo peligro su custodia.
Desde enero, se reúnen las cofradías una vez por semana para ir preparando la Semana Santa. ¿Hay colaboración por parte de la gente o esta labor, esta tradición, va languideciendo?
– Hemos pasado por una especie de lapsus, en la que no había interés. Pero ahora hay mucha gente, especialmente jóvenes, que tienen auténtico entusiasmo. De todas formas, hace falta que se anime más la gente, que venga a las cofradías.

P. G.”

La obra maestra de “la película de mi vida” está al culto en la Parroquia de San Francisco, en un precioso altar con columnas doradas a la derecha del Altar Mayor. Le falta el palio, la candelería y todo el resto de aditamentos, pero sigue siendo soberbia, como ya he dicho anteriormente.
Actualmente, el Paso estrella continúa cerrando las procesiones de “La Santa Vera Cruz y Pasión del Señor” – Jueves Santo – y la del “Santo Entierro” – Viernes Santo –, escoltada por miembros del Cuerpo de la Policía Nacional de Ávila, con uniforme de gala y a los cuales, en esta Semana Santa de 2004, la Cofradía de los Dolores les ha hecho entrega de un banderín a modo de homenaje por la compañía que le hacen a su Virgen.
Y al igual que las viejas películas de mi infancia, “La Virgen de los Dolores” me sigue llenando de emoción. La misma que siento cada vez que veo el final de “Ladrón de bicicletas”, con ese padre y su hijo, cogidos de la mano, con un nudo en la garganta y perdiéndose entre la multitud.
La idéntica multitud que puede seguir desde el silencio y el respeto, las procesiones de Semana Santa.
Estampa maravillosa en blanco y negro del de antes.

El Cristo del Amor


He aquí una de las imágenes más hermosas de toda mi Semana Santa y a la que ya he hecho referencia en el anterior epígrafe sobre “La Virgen de los Dolores”, transcribiendo del programa de 1947 su estreno en la Semana Santa santanderina.
Y es que esta absoluta obra maestra es la otra gran imagen que procesiona la Cofradía de los Dolores – es de recibo resaltar que este Cristo va acompañado de las imágenes de la Virgen (Daniel Alegre Rodrigo, 1939-40, y modelo para la “Virgen de los Dolores”) y de San Juan (Víctor de los Ríos Campos, 1950-51), pero permitan que me ciña únicamente a la figura principal – y yo recuerdo el verla desfilar el día de Jueves Santo, junto a la sección infantil de los Dolores.
Hoy día – aunque yo siempre recuerdo haberla visto así – la talla está muy deteriorada y muy oscurecida por el paso del tiempo. Dentro de nada van a restaurarla y volverá a sus colores naturales. De niño, le llamaba “el Cristo negro”, porque negro me parecía al verle tan cerca de la policromía color carne del San Juan que le acompaña. Y así ha sido hasta fechas muy recientes, en el que el ahínco por recopilar fotografías y recuerdos de la Semana Santa de mis padres o abuelos, me ha brindado la oportunidad de tener entre mis manos fotografías de este “Cristo del Amor” – qué nombre tan hermoso – con su policromía original, con un color carne acentuado sobre reguero discretos de sangre.
En el viejo programa de 1948, un hermano de la cofradía le dedicaba una plegaria realizada con hondo sentimiento – como hay que hacer las cosas – y que bien merece que la rescate del olvido:

“¡Santo Cristo del Amor!
Clava en mi pecho de piedra
la espina de tu dolor,
para que, en llanto anegado,
advierta en tu misma muerte
lo inmenso de mi pecado.

Haz que se quede mi vida
a tu Cruz tan abrazada
y a tus penas tan ceñida,
que a otra cosa ya no acierte
sino a seguir tus caminos
en la vida y en la muerte.

Sobre tus sienes divinas
mis pecados te pusieron
esa corona de espinas
que dice, sobre tu frente,
con qué horrible ingratitud
crucifiqué al Inocente.

¡Ya todo esta consumado!
Tu cabeza, reclinada…
Tu rostro, desfigurado…
Tus ojos están sin luz
y tu cuerpo malherido
se desprende de la Cruz.

Muerto estás, ¡Y eres la Vida!
¿Y vivo yo y no me espanto?
¿Quién abrió, Señor, la herida
de tu Costado?... Yo he sido
quien mil veces, y a sabiendas,
te he vuelto a dejar herido.

Mas, midiendo mi traición
por el amor infinito
de tu augusto Corazón,
a los pies de tu Cruz llego
y a tu piedad redentora
mis esperanzas entrego.

Que, pues muerto por mí estás,
y mi vida por tu muerte
desde el Madero me das,
quiero, pues la vi perdida,
morir en la Cruz contigo
para alcanzar nuestra vida.

¡Santo Cristo del Amor!
Si mueres porque renazca
la vida del pecador,
¡haz que todo en mí se muera
para hallar en Ti los gozos
de la vida verdadera!

Manuel González Hoyos
Hº de la Cofradía de los Dolores – 1948”

Hay que reseñar que, según los datos históricos, este espléndido “Cristo del Amor”, maravillosa obra que realizó en 1946 el imaginero Daniel Alegre Rodrigo – autor de la “Virgen de los Dolores” y de la Virgen Dolorosa que acompaña a esta talla actualmente – fue el eje principal del Sermón de las Siete Palabras que se realizaba antiguamente en el día de Viernes Santo, en un acto organizado por la antigua y desaparecida Cofradía de las Angustias, que lo sacaban prestado por la cofradía matriz, los Dolores y que entre 1949 hasta 1954, se desarrollo al aire libre, en el centro de la Plaza Porticada. También procesionó “El Cristo del Amor” junto a la extinta Cofradía de la Humillación en el día de Martes Santo de primeros de los años 50 hasta que ese día lo ocupó la Procesión del Encuentro; y desde aquellos años 50 hasta nuestros días, desfila con su cofradía todas las noches del Viernes Santo, a las doce en punto de la noche, en el solemne Vía Crucis General de Penitencia, que se desarrolla por diversas calles del centro de la ciudad, desde el templo de San Francisco hasta la Santa Iglesia Basílica Catedral – aunque, y tal como ha ocurrido esta Semana Santa de 2004, si llueve se realiza en el interior de San Francisco con la participación de todos los hermanos cofrades de los Dolores –.
Es de recibo reseñar también que en el Año Jubilar 2000, la imagen del “Cristo del Amor” debía protagonizar el cartel pregonador de la Semana Santa, pero que debido al lamentable estado de conversación de la imagen en aquel año, se optó por realizar un dibujo, aunque finalmente, nuestro Roberto Orallo, gran y conocido pintor de la tierra, realizó un maravilloso cuadro inspirado en la imagen de Daniel Alegre, con un rostro grisáceo del Cristo y rodeado por cuadrículas de varios tonos azules todo ello enmarcado en una greca de triángulos dorados. Un gran regalo para la Cofradía de los Dolores. Y fue tal el éxito de esta empresa, que el cartel fue uno de los mejores de toda la Semana Santa del Santander de todas las épocas, muy lejos de los carteles al uso – que se limitan a ser fotografías con letras. Hay que hacer algo al respecto para lograr carteles dignos, aunque esto es una opinión personal mía, pero que desde estas líneas queda para la reflexión de quien lo lea –. Y también grandioso es el cartel de la Semana Santa de 1967 – el gran primer plano de la Semana Santa de Santander –. La imagen del “Cristo del Amor”, maravillosa fotografía de Lobera sobre un fondo absolutamente negro, y silueteado en blanco, a modo de aquellos cuadros del tenebrismo barroco o los planos que realizaba Josef von Sternberg con Marlene Dietrich – les volveré a citar porque son mis favoritos. No hay disculpa –.
Este “Cristo del Amor” se encuentra expuesto al culto en la Parroquia de San Francisco, situado en una de las naves laterales del templo y flanqueado por la Virgen y San Juan. (Recientemente he visitado la iglesia y he comprobado que el Cristo brilla por su ausencia. Buena señal. Ya lo están restaurando)

La Tercera Caída


La imagen “La Tercera Caída”, soberbia obra creada por Manuel Cacicedo Canales entre 1952 y 1953, fue la protagonista en el cartel anunciador de la Semana Santa de 1985, la primera en que comencé a desfilar con mi hábito blanco y mi bombo junto a mi Nazareno en la Archicofradía de la Merced.
El rostro de este Cristo invita desde el primer golpe de vista a la serenidad y la piedad, como aquellos primeros planos que sólo John Ford era capaz de realizar. Y bien mirado, la expresión angustiosa del Cristo de Cacicedo es la misma que la de Victor McLaglen en “El delator”, cuando siente la necesidad de vender a su mejor amigo a cambio de unas monedas – como Judas con el Maestro –, o la de John Wayne en “Escrito bajo el sol”, cuando comprende que nunca más podrá volver a caminar como la gente normal ni a amar a su esposa como su corazón le dicta. Son, en definitiva, rostros pesarosos y demoledores, sin necesidad de palabra alguna para explicarnos lo que sienten desde lo más profundo de sus corazones. Unos corazones hambrientos de un amor que se ha de escribir en mayúsculas.
De esta “Tercera Caída”, hay una fotografía preciosa, rescatada de un viejo programa del año 1965, que nos muestra a la perfección lo que uno entiende por Semana Santa. Y lo mismo que un cinéfilo de los buenos entiende por cine los nombres de John Ford, King Vidor e incluso el Berlanga de los 50 y 60, por Semana Santa se entiende un Cristo angustiado mirando hacia las alturas en busca de consuelo y amor. Ni más ni menos que eso.
Mucho podría hablar de aquella mi primera Semana Santa – como ya se ha visto en el capítulo “Semana Santa, 1985” –, aquella en la que la fotografía de la maravillosa obra de Cacicedo se veía por toda la ciudad. Sería como un flash back cinematográfico, iluminando el rostro del primer plano y oscureciendo todo el alrededor, como en la fotografía del programa de 1965, o como en los cuadros del barroco, donde la técnica del tenebrismo ya hacía acto de presencia, y donde Caravaggio o Velázquez daban muestras de su valía con el pincel. O como David Lean en “Breve encuentro” o Max Ophuls en “Carta de una desconocida”, cuando sus respectivas protagonistas recordaban sus tristes historias de amor – aunque, en definitiva, todas las historias de amor son tristes. Todas, inexorablemente, tienen un final –.
Y hablando de recuerdos, en “Memorias de África”, una película en color realizada con la pasión del blanco y negro, la protagonista rememoraba sus tiempos pasados con la frase “Yo tenía una granja en África…”. Pues bien, mi frase sería algo así como “Fue en aquel lejano 4 de abril de 1985, Jueves Santo, con la imagen del cartel del Cristo de la “Tercera Caída” clavada para siempre en la retina, y con la Banda de Tambores ya en la calle, a la espera de que el Nazareno saliese por la puerta de nuestra vieja capilla…”
Curiosamente, esta imagen fue regalo de Cacicedo a la parroquia de San Román de la Llanilla puesto que el párroco de entonces, D. Abraham Arroyo Pérez, se había quedado prendado de una primera versión que el artista había realizado en 1950 para la Archicofradía de la Pasión de Pamplona, por lo que insistió muchísimo para que Cacicedo realizara una similar, organizando una suscripción entre las gentes del pueblo. Sin embargo, el insigne artista realizó una réplica casi idéntica y la donó sin coste alguno a la parroquia donde actualmente se guarda al culto, celosamente vigilada por su cura párroco y constantemente visitado por las gentes del pueblo y por los nostálgicos que la echan de menos y que han podido disfrutarla en muy contadas ocasiones desde que se prohibiera su participación en las procesiones en el año 1985. Por eso, cada vez que la imagen salía de su iglesia para exposición pública, el acontecimiento era digno de mención, tal y como ocurrió en sus escasas participaciones en la carpa de exposiciones de arte sacro durante la Semana Santa, o como en 1996, cuando la imagen pudo ser admirada por gentes de toda España con ocasión de celebrarse en nuestra ciudad el IX Encuentro Nacional de Cofradías Penitenciales, donde se expuso, junto con todas las imágenes que procesionan en Santander, en el claustro de la Catedral.

“(…) En la carpa de la Plaza de Alfonso XIII puede admirarse, además, una talla especialmente significativa. El Cristo cargado con la cruz intentando levantarse del suelo. La obra está cargada de plasticidad y muestra el sufrimiento de un hombre que camina hacia la crucifixión.
El título es “Tercera Caída”, es obra de Manuel Cacicedo y se encuentra depositado en la Parroquia de San Román de la Llanilla. No sale en procesión por decisión de la propia Parroquia. Su exhibición ha sido posible gracias a las gestiones del concejal Jesús Ceballos, vecino de San Román y artífice de la exposición de Pasos procesionales en pleno centro de Santander…

Juan Carlos Flores Gispert – 2 de abril de 1993”

Y es que, actualmente – insisto, redacto a finales de la Semana Santa de 2004 – la “Tercera Caída” no desfila por las calles de Santander ni de ninguna otra – aunque ya suenan rumores de su pronta incorporación a la Semana Santa santanderina –. Sin embargo, por el momento, lo sigue haciendo por las calles de los corazones de aquellos que seguimos creyendo en las cosas que se hacen por y para los demás. Así lo pensaba Cacicedo cuando labró la que es considerada una de las grandes obras maestras de la imaginería del siglo XX. Y también lo pensaba el fotógrafo Ángel de la Hoz, cuando realizó la instantánea a color de la imagen para el cartel de 1985.
Igualmente Cacicedo compuso un más que soberbio poema dedicado e inspirado en su obra maestra y, curiosamente, este mismo texto fue aprovechado por sus familiares para transcribirlo en los recordatorios funerarios del artista. Y como no podía ser de otra manera, ambas obras de este gran imaginero están ahí, para la posteridad:

¡Gracias, Señor! porque un día
por peso enorme agobiado,
fui vencido y derribado
en dura y pendiente vía.

Al ver mis miembros llagados,
casi exangüe y agotado,
te vi a Ti, Señor, cargado
con la cruz de mis pecados.

Y allí, sí, en aquel instante,
dije: “¡Señor!, en un leño
he de plasmar lo que sueño
como una imagen constante”.

Y ocupado en la tarea,
mis ojos se humedecieron,
se arrasaron y vertieron
lágrimas sobre la tea.

Porque yo, Señor, quería
decirte algo a mi manera
y te lo dije en madera,
que es como mejor podía.

Que todos cuantos te ven
se sientan fortalecidos
para no verse caídos
es lo que te pido. ¡Amén!

El Cristo Yacente


Otra gran imagen anclada en mis recuerdos es la del “Cristo Yacente” que Lorenzo Coullaut Valera realizó entre 1923 y 1924 y que por las calles de Santander lo procesiona la Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y San Luis Gonzaga, fundada en el mes de abril de 1944.
Aquel Paso que procesionaba, en tiempos, bajo una gran urna de cristal y con el acompañamiento del sonido seco de una campana – ese golpe seco “a muerto” que aún se puede seguir escuchando en los pueblos y que, más recientemente, tocaron las campanas de la Catedral durante la manifestación que paralizó a toda la ciudad y toda la nación con motivo de la tragedia del terrible atentado terrorista ocurrido en Madrid el pasado 11 de marzo – y que actualmente, sacado a hombros, me sigue emocionando como el primer día que lo vi por el Paseo Pereda, tiene sus mejores primeros planos en aquellos viejos programas de la Semana Santa de los 50 – es curioso, pero al cine le pasa lo mismo. La magia de las películas se plasmaba en aquellos carteles que se hacían durante su época dorada y que sólo con verlos, uno ya tenía ganas de entrar en la sala oscura a disfrutar de los héroes, la chica del protagonista, de los villanos y de las aventuras de capa y espada… –.
Con motivo de aquella exposición de carteles que se organizó en la Semana Santa del 2000, tuve la oportunidad de situar dos de los antiguos en los cuales el “Yacente” era el auténtico protagonista. Dos magistrales primeros planos cargados de emotividad y sentimiento. Y cómo no, las elegí en blanco y negro, como si de un fotograma de alguna película de Sternberg se tratase y, salvando las distancias, a semejanza del primer plano más famoso y recordado de Marlene Dietrich en “El expreso de Shanghai”. Puro cine. No podía ser de otra manera.
Y es que este “Yacente”, al igual que el de “La Tercera Caída” de Cacicedo, tiene algo que invita a meditar sobre el origen de tantas cosas que rodean al hombre de hoy en día; alguien que vive deprisa sin apenas saber detenerse en los pequeños detalles que se le escapan entre las manos. Reflexionémoslo un instante. Y con la imagen de Coullaut bien palpable en nuestras retinas.
Como dato histórico, señalar que esta obra maestra absoluta es una segunda versión, puesto que la primera que realizó el gran artista allá por 1913, ardió de manera lamentable en el incendio que asoló el viejo templo de San Francisco en 1920 – es como si el destino se empeñara de continuo en borrar cualquier huella del pasado. Menos mal que nos quedan los recuerdos… –. Y tanta era la devoción que despertó aquel primer “Yacente”, que se le pidió al autor que lo repitiera exactamente tal cual era, salvo algún que otro detalle mínimo – en la primera versión, había un ángel lloroso recostado sobre la cabeza del Cristo –, tal y como lo recoge nuestro actual presidente de la Junta de Cofradías, D. Francisco Gutiérrez Díaz en su obra de exhausta investigación “La imaginería desaparecida de la Semana Santa santanderina”, editado en este año 2004 tras muchos otros años de concienzudo estudio.
Acerca de esta maravillosa obra, también se ha escrito mucho y también ha sido fuente de inspiración para textos como el que transcribo a continuación, extraído del viejo programa de la Semana Santa de 1948:

“Cristo Yacente. El Hijo de Dios hecho hombre, exangüe, tendido en tierra. El Autor de la vida, muerto. El Señor sacrificado por su siervo. Su cuerpo lívido acusando con más viveza las huellas de la flagelación. Su rostro desfigurado por la sangre de la corona de espinas y por las bofetadas y los salivazos de la soldadesca. Sus ojos, cuyas dulces miradas conmovieron las almas más pecadoras y cuyos destellos prendieron la luz de los astros, sin luz. Sus manos y sus pies, rígidos, mostrando las heridas de los clavos que le sujetaron a la Cruz. Y su costado, exhibiendo la sagrada herida de la cruel y postrer lanzada, como puerta abierta para llegar a descubrir en su corazón los más recónditos secretos de la Divinidad.
Las entrañas de la creación entera, se conmovieron ante semejante espectáculo, y por ello, la tierra gimió al temblar y el sol, deslumbrado por tanta grandeza y avergonzado de tanta ingratitud, se cubrió con los negros cendales de obscuras nubes.
¡He aquí el precio de nuestra redención!
A nada de cuanto sucedió en esta infinita tragedia somos ajenos, no sólo porque quien en ella padeció y murió fue nuestro Dios y Señor, sino porque, sobre el ímpetu de los martillazos que taladraban la Sagrada Carne, sobre la violencia de los azotes que la desgarraban y sobre el punzar de las espinas que le arañaban, gravitaban con brutal pesadumbre una a una nuestras culpas individuales y colectivas.
Y a la vista de estas consideraciones, ¿quién, que se precie de cristiano, no se apresurará a agruparse en la tarde de Viernes Santo junto a la imagen de Cristo muerto, para acompañarla durante los momentos en que la Iglesia conmemora el acto del Santo Entierro?

Rafael de la Vega Lamera,
Prefecto de la Congregación de Caballeros
de la Inmaculada y de San Ignacio de Loyola”.

Este “Cristo Yacente” esta presente todo el año en la Parroquia de San Francisco, aunque, de manera lamentable, lo hace situado en el mismo suelo, bajo el retablo de la “Virgen de los Dolores”, hecho este que no consigue desmerecer en absoluto la maestría de la talla de Coullaut. Y es que es de recibo resaltar ciertos hechos que el público general desconoce para que nadie se llame a engaño – por cierto, la gran urna en el que procesionaba en tiempos, ha debido desaparecer de la circulación pues hace años que nadie la ha visto. Permitan el comentario –.
Pues bien, este Cristo muerto, con la boca entreabierta, estuvo a punto de no procesionar este Viernes Santo de 2004, pues la procesión se suspendió a causa de la lluvia caída durante todo día. Pero como si a la imagen le quedase un hilo de vida, sus costaleros, llorando de desesperación ante la suspensión del desfile, pidieron a su Hermano Mayor, aprovechando un momento de claro en el cielo, el llevar la imagen desde la carpa de exposición de Pasos – instalada todos los años para que los ciudadanos puedan familiarizarse con las imágenes protagonistas de la Semana Santa de la ciudad – hasta la iglesia de los Carmelitas, lugar de salida para la Cofradía de la Inmaculada, hermandad que procesiona la imagen. Y fue algo para recordar; una verdadera muestra de alegría e ilusión. En el momento justo en que el Hermano Mayor les dio permiso para satisfacer su deseo, todos los costaleros se abrazaron, se secaron las lágrimas de la desesperación y a golpe de tambor y corneta, a golpe de verdadero sentimiento, el “Cristo Yacente” de Coullaut partió de la plazuela de Pombo en dirección a los Carmelitas.
Podría estar mucho más tiempo evocando aquel momento, intentando hacer llegar a todo el mundo por medio de mis escritos lo que sentían aquellos muchachos en ese preciso instante. Pero sólo me entenderían aquellos que saben detenerse para escuchar de vez en cuando los latidos de su propio corazón.
Desde aquí, vaya un diez en mayúsculas para los costaleros de la Inmaculada y para los que siguen creyendo en los pequeños grandes gestos.

La Virgen de la Esperanza


Aparte de todo lo mencionado anteriormente, si hay una imagen que me acompaña desde que era niño, esa es “La Virgen de la Esperanza” en su procesión estrella del Lunes Santo. Una procesión llena de sentimiento, pues partiendo desde su sede, en la iglesia de San Francisco, recorre media ciudad hasta llegar al hospital de Valdecilla, donde – antiguamente – recorría todos los pabellones de enfermos para que estos y sus familiares, agolpados en las ventanas del centro hospitalario, pudiesen rezar a la Virgen de su esperanza con el deseo de que la enfermedad y el sufrimiento pasaran cuanto antes.
Recuerdo, de niño, ir de la mano de mi madre y mis tías, siguiendo a la Virgen maravillosa por medio Santander, con su lento caminar, con esos ojos mirando hacia el cielo y con los brazos abiertos, como cualquier madre anhelante de evitar más sufrimiento a los suyos. Y el nudo en la garganta cuando todo el cortejo se detenía a la entrada del hospital mientras, al canto de la Salve, la Virgen era llevada por todo el recinto de Valdecilla, estaba a la orden del día.
Yo dirigía mi mirada hacia las ventanas del hospital, pequeños cuadrados iluminados en la inmensidad de la oscuridad de la noche y del hospital, y como metáfora, pequeños halos de esperanza en la oscuridad de las enfermedades. Y miraba también a los que seguían el cortejo, y veía las lágrimas de los que salían del tanatorio para rezarle un último Ave María antes de enterrar a los suyos.
Insisto, la procesión de Lunes Santo es, desde siempre, la más emotiva y plena en significado de las que procesionan por este nuestro Santander.
La soberbia imagen de “La Virgen de la Esperanza”, es obra de Cacicedo Canales (“La Tercera Caída”), realizada entre 1958 y 1959 para la Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora de la Esperanza y San Juan Apóstol. Y dicha procesión del Lunes Santo, se lleva realizando desde 1963, a eso de las 8 de la tarde, cuando el día comienza a decaer para dejar paso al naranja crepúsculo del anochecer. Y como curiosidad, la Virgen siempre desfila en dirección al ocaso, como si no quisiera dejar paso a la noche oscura portando, entre sus brazos, el halo de luz ilusionadota y plena de esperanza.
La imagen de la Virgen fue objeto y protagonista del cartel de 1991, y también fue uno de los elegidos ara aquella exposición-selección de mis carteles favoritos; y llegados a este punto, no estaría nada mal el rescatar del programa de 1948, el texto a modo de esperanza, del Director Espiritual de la cofradía por ver pronto en la calle una talla digna de dicha Virgen:

“Bien le cuadra a la Virgen el dulce nombre de esperanza nuestra. Si toda la vida lo fue para nosotros, mucho más cuando subió al Calvario en pos de Jesús Redentor, a ser Corredentora de los hombres, porque en la Sagrada Cumbre, ofreció, juntándolos a los del Hijo, sus méritos y satisfacciones.
No había menester Cristo de acrecentar los tesoros de su sangre, que por su divina tenía un valor infinito, tanto que ni la deuda inmensa de los pecados del mundo era parte para dejar exhausta los caudales de la Redención. Mas como en la rutina del Paraíso puso la mano una mujer, entró en los planes de Dios que aquella otra Mujer que le prestó al Verbo su sangre para derramarlo, viniese a ser fuente segunda de nuestra vida.
He aquí el acierto del nombre de nuestra hermandad, que ve en el llanto de la Señora, no la postrer ofrenda ante un sepulcro enseñoreado por la muerte, sino el rocío fecundo sobre una siembra espiritual que, amparándola Ella, ya muestra la seguranza del fruto. Y porque es muy nuestro darse sesgo sobrenatural hasta a las tareas de acá abajo, su razón tiene también el escoger para sí este nombre los Agentes Comerciales, que si en sus quehaceres la esperanza les empuje, sin olvidar éstos, ha de acuciar aún más sus espíritus la esperanzadora paga que nos aguarda lindero allá de esta vida.
Por eso buscan ellos el cobijo del manto verde de Nuestra Señora de la Esperanza. ¿Cuándo podremos verla cruzar nuestras calles, llevándose en pos de sí las plegarias y los corazones de los buenos cristianos? Su imagen ensoñada no la plasmó todavía la inspiración del artista, pero queremos que en nuestros Pasos de Semana Santa no falte por mucho tiempo esta nueva predicación plástica. Habrá quien, siguiendo la tradición de nuestros imagineros de antaño, en hermandad la religión y el arte, logre las esculturas de la Virgen llorosa y del Apóstol San Juan, con remembranzas de Gregorio Fernández, austero y popular, o de Francisco Salcillo, realista mesurado.
Así, en la suntuosidad de la Semana Santa de Santander, el Paso de nuestra cofradía será por las calles, en lugar de contemplación baldía, hontanar vivo de auténtica piedad cristiana. Porque al ver a María y a Juan, clavados los ojos del uno en los del otro, en mudas hoblas de amor y de dolor, el pueblo traerá a las mientes aquel testamento de caridad inefable que, desde la Cruz, Cristo les dijo a ellos por nosotros: “Ahí tienes a tu Hijo… Ahí tienes a tu Madre”.
Y entonces reverdecerá la esperanza de todos en María, pues el entender que podemos llamarla Madre, es lo que más nos adentra en el alma la virtud de la esperanza en El… por Ella.

Blas Rodríguez
Director Espiritual de la Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora de la Esperanza y de San Juan Apóstol”.

Y, cómo no, también “La Virgen de la Esperanza” ha sido y sigue siendo objeto de crónicas periodísticas todos los años. No hay que olvidar que la procesión del Lunes Santo es la primera procesión de penitencia de nuestra Semana Santa – la primera en que los nazarenos van tapados ya que el Domingo de Ramos, todos vamos a cara descubierta –. Y para muestra, aquella que publicó el diario Alerta en la Semana Santa de 1995:

“El verde de la “Esperanza” deslumbra a Santander.
Retumban los tambores. Los cofrades, encapuchados y envueltos en un halo de misterio, devoción y sacrificio, siguen el paso estricto que marca el sonido. Los curiosos, fieles o admiradores de las manifestaciones religiosas, siguen con atención el arte que desprende cada uno de los Pasos.
Las cofradías con que cuenta Santander, una docena, desarrollan un trabajo minucioso para que todos los detalles respondan a las expectativas puestas en ellas. Saben que no van a despertar el fervor desorbitado que se vive en tierras andaluzas, donde los fieles luchan por llevar a hombros a Virgen o Santo de su devoción, pero la ausencia del folclroismo se combate con pasión y fe.
El Lunes Santo, ayer, la Cofradía de la Esperanza aportó su gran esfuerzo en la procesión del Paso de Nuestra Señora de la Esperanza.
Esta cofradía nació en febrero de 1946, fruto de la decisión del Colegio de los Agentes Comerciales de homenajear a su patrona. Pero el paso de los años produjo su abandono paulatino hasta que retomó la tarea un grupo de jóvenes de la parroquia de San Francisco. La transición fue lenta, pero poco a poco las actividades resurgieron y se logró enderezar la función clave de dicha cofradía.
Actualmente, la Cofradía de la Esperanza cuenta con unos 130 miembros, cuya edad media no supera los 30 años. La preparación del Paso de Semana Santa es el centro de sus actividades anuales, que comienzan en septiembre. Una de las primordiales de este año era lograr que la carroza que transporta a la Virgen de la Esperanza recuperara su aspecto original, lo que supuso que sus miembros dedicaran todos los sábados de nueve meses a repararla entera.
El resto del año suelen reunirse ocasionalmente para hacerlo de forma constante a medida que se acerca la fecha de la Semana Santa. Para sus cofrades es todo un honor contar con las obras de los artistas Manuel Cacicedo, quien creó la Virgen de la Esperanza en sus talleres de San Román de la Llanilla en 1958, y Coullaut Valera, autor del San Juan.
Pero a la devoción y la entrega absoluta, hay que unir la presión económica. El dinero, poderoso caballero, que supone mantener los Pasos y hacer posibles todos los actos de tan señaladas fechas, por desgracia no llueve tan fácilmente como sería de esperar. Además de la colaboración del Ayuntamiento de Santander y la Junta de Cofradías (que se encargan de los carteles publicitarios o de la carpa que acoge en Alfonso XIII la exposición de los Pasos procesales, entre otras cosas), la Cofradía de la Esperanza depende de las ayudas de sus cofrades y fieles para mantener viva esa ilusión que el próximo año cumplirá sus bodas de oro. Contra lo que puede pensarse, el mantenimiento sale muy caro. No hay que olvidarse de los gastos que suponen detalles fundamentales que pasan inadvertidos ante el esplendor de los Pasos (sonido, seguridad, palmas…)
El tono firme e implacable que imprimen los Pasos en los desfiles de Semana Santa consiguen una reacción sorprendente entre el público. Así lo asegura uno de los miembros de la cofradía, quien dice cómo la gente observa su Paso con respeto y seriedad, y cómo, incluso, un sacerdote llegó a comentar que había una persona que volvió a la Iglesia después de mucho tiempo por sentir algo especial durante una procesión. Este despertar a la fe no debe sonar a milagro, palabra que embarga las calles de Cantabria con la esperanza puesta en Garabandal. Su vigencia absoluta en todos los comentarios no impide que se desplacen a un segundo plano los actos de Semana Santa.
El verde, color de la esperanza que visten los miembros de esta cofradía, brilló ayer con luz propia en Santander. Numeroso público se dio cita en el recorrido programado (Cervantes, Jesús de Monasterio, Burgos, San Fernando y Avenida Valdecilla). Ante el Hospital, se realizó una alocución y un canto de la Salve que precedieron al regreso a la exposición de Pasos instalada en la calle Alfonso XIII, frente a Correos. (…)

A. Bustamante”

“La Virgen de la Esperanza” puede admirarse en la Parroquia de San Francisco, en el lateral izquierdo según se entra por la entrada principal en la Plaza de la Esperanza. Y está situada en un altar repujado y soberbio, en una capillita con reja, y acompañada del “San Juan” que Lorenzo Coullaut realizara en 1924 – siendo esta una de las más antiguas de Santander y que se salvó milagrosamente del destrozo general de la guerra del 36 –, otra obra maestra de mi infancia que, inexorablemente, va siguiendo a la Virgen de Cacicedo en la procesión del Viernes Santo, siendo en esta última cuando procesiona con una gran capa negra.
Si he de buscar un referente cinematográfico para esta “Virgen de la Esperanza”, pienso en “Cielo negro”, aquel dramón del cine español de 1951, perfectamente dirigido por Manuel Mur Oti con una soberbia Susana Canales, que borda en todo momento su dramático personaje, a quien le ocurrían mil y una desgracias y, en una escena crucial de la película – la más dramática –, corría bajo la lluvia en busca de esperanza para aliviar sus tormentos.
Y estoy por asegurar que, de haberse desarrollado la trama de la película en Santander, Susana Canales correría en una de esas noches primaverales hacia el ocaso, hacia el Hospital Valdecilla, donde allí, “La Virgen de la Esperanza” la acogería con esos brazos abiertos para darle todo el consuelo y el aliento del mundo. El mismo consuelo y aliento que daría cualquier madre ante la desesperanza de alguno de sus hijos.

La Virgen de la Amargura y el Señor de la Misericordia


Bien merecen estas dos imágenes el ir juntas en este mismo epígrafe, pues ambas forman parte de la Procesión del Encuentro, que se celebra el Martes Santo a eso de las ocho y media de la tarde. Y lo hacen desde 1951, naciendo como referencia al encuentro entre Jesús y María en la calle de la Amargura, tal y como lo evoca la Cuarta Estación del Vía Crucis, y más concretamente, en el maravilloso “Vía Crucis” escrito por Gerardo Diego en 1924, y que todos los hermanos cofrades leemos en la víspera del Domingo de Ramos:

Se ha abierto paso en las filas
una doliente mujer.
Tu Madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.

Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
¡Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón!

¡Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas!
¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?

Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?

Nazareno, nazarena,
dadme siquiera una poca
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.

En el mundo del cine, muchas han sido las películas que han hablado de la relación estrecha entre madre e hijo – cualquier madre y cualquier hijo – y aunque específicamente, esta escena del Encuentro entre María y Jesús la ha realizado como nadie Mel Gibson en “La Pasión de Cristo” – película de la que ya hablo largo y tendido en el capítulo “Pasión de cine” –, ahora me viene a la memoria aquella gran película en blanco y negro titulada “El intendente Sansho”, todo una maravilla dirigida por Kenji Mizoguchi en 1954, y cuya escena final es el dramático encuentro entre una madre y un hijo tras años sin verse. Todo un homenaje al inventor del pañuelo y a los grandes del cine. Y también evoco en estos momentos, por el trauma que me supuso en aquellos mis primeros años frente al televisor, aquella serie de Marco, que se pasaba no sé cuántos capítulos buscando a su madre desde los Apeninos a los Andes – como comprobarán, las imágenes de la infancia le acompañan a uno hasta estas otras imágenes de la edad medianamente adulta en el que el ordenador y la alta tecnología hacen que a cada segundo se evoque con franca nostalgia el mundo de los sentimientos y de las cosas hechas de manera artesanal y “de verdad” –. Pero el caso es que este Encuentro recreado en Semana Santa se realiza a la inversa de lo relatado anteriormente. Este es un encuentro entre la madre que va al hijo de manera desesperada y completamente amarga – brillante advocación la de la “Virgen de la Amargura” –.
Pero a lo que iba. Recuerdo también que en aquellos primeros años en los que yo era un mero espectador infantil, acompañaba a mi madre a la plaza de Alfonso XIII, a la del Ayuntamiento, o a la Porticada, pues este emotivo acto se ha desarrollado a lo largo de la historia, en diferentes enclaves, lo que no restaba importancia al evento – es más, en esta Semana Santa de 2004, ha tenido que realizarse en un lateral de la Plaza Porticada al encontrarse la parte central de esta en obras, lo cual no ha restado público ni mérito para el lucimiento de estas dos imágenes –.
Ya por separado, y comenzando por “La Virgen de la Amargura”, resaltar que – según algunas crónicas – esta imagen data de 1942, fue realizada en las Escuelas Salesianas de Sarriá de Barcelona, pero que hay indicios que apuntan que la primitiva Virgen que procesionaba por el barrio de Maliaño regentado por los Padres Pasionistas en aquella primera mitad del siglo XX, no fue destruida en 1936 – fecha de inicio de la Guerra Civil de nuestros abuelos – por lo que, si hacemos caso, esta “Virgen de la Amargura” sería aquella que se bendijo en 1909 y sería, entonces, la más antigua de cuantas procesionan por esta nuestra ciudad.

Esta “Virgen de la Amargura”, que en solitario procesiona el Martes Santo, y que en las jornadas del Jueves y Viernes Santo lo hizo, hasta 1964, junto a la imagen del “Cristo Descendido” – protagonista de la ceremonia del Descendimiento que se realiza en la Parroquia de los PP. Pasionistas, es una imagen articulada también realizada en 1942 en las Escuelas Salesianas Sarriá y ambos Pasos titulares de la Archicofradía de la Santísima Cruz y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, Sección de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y de Nuestra Señora de la Amargura – aunque últimamente vuelven a hacerlo por separado, en sendas carrozas y escoltados por los miembros de su Archicofradía, ha sido protagonista durante varios años del cartel de la Semana Santa. Y uno de ellos, el de 1977, resultó uno de mis favoritos para aquella exposición de la que tanto he hablado en estas páginas: la Virgen, a lo lejos, y rodeada de las puntas blancas de los capuchones de los de la Pasión. Brillante fotograma y majestuosa la carroza sobre la que va situada la imagen y que, desde hace tiempo, también es utilizada para la procesión del Corpus Christi.
Sobre esta imagen, la historia de su Archicofradía y sus diversas actividades, extraigo un texto aparecido en el boletín “Familia Seglar Pasionista” de 1997:

“Con la creación de la Junta de Cofradías de Semana Santa en 1946, la Cofradía de la Pasión consideró crear una Hermandad de Nazarenos para seguir haciendo la procesión del Santo Entierro por el Barrio de Maliaño después de la ceremonia del Descendimiento e integrarse en la procesión general de la Ciudad como una Hermandad de nueva creación en el seno de la Cofradía de la Pasión, comenzando con veintiséis nazarenos y procesionando por primera vez en la Semana Santa de 1947, con D. Luis López González-Recio como Hermano Mayor de la misma.
El Paso se formó con la Virgen Dolorosa (1909) y el Crucifijo Descendido (1942) a los pies de la Virgen, teniendo enfrente la Cruz vacía con el Santo Sudario, que la voz popular bautizó como “El Descendido”, siendo llevado a hombros por soldados de la Comandancia de la Marina.
El hábito se compuso con túnica morada que se ceñía con cíngulo blanco y sobre el hábito un escapulario a manera de la Orden de la Merced, llevando el emblema de la Hermandad en el pecho del escapulario, con el cubrerrostro blanco. En 1949 se completó el hábito con la capa de raso morado con viso o medio forro blanco y emblema en el lado izquierdo de la capa.
Para el emblema se escogió la Cruz Potenzada con el escudo de la Congregación Pasionista en el centro de la Cruz, todo en negro con ribete de hilo de plata.
También en 1949 se carrozó el Paso, realizando unas andas en madera de castaño, talladas por los Hermanos Fernández, de Maliaño, hasta que en 1965 se separaron las imágenes haciendo dos Pasos: “El Descendido”, propiamente dicho (que en principio se llevaba a hombros) y acompañado por nazarenos infantiles y juveniles con túnica blanca, fajín y esclavina morada para los infantiles, y para los juveniles, como los mayores, pero sin cubrerrostro; y el Paso de “La Virgen de la Amargura” en la carroza anteriormente dicha, acompañada por los nazarenos mayores de la Hermandad.
En 1975 nos cedieron la carroza-trono de la Cofradía de la Pasión de los Pasionistas de “El Viso”, Madrid, con lo que vino a solucionar el problema de los dos Pasos y a realzar, no sólo a la Cofradía de la Pasión, sino a las procesiones generales de la Semana Santa de Santander, e incluso sirviendo de trono para la procesión del Santísimo Corpus Christi, por su belleza salida de los talleres “Santa Rufina” de Madrid, según el tallista Mariano Rubio Jiménez.
En la actualidad, la Hermandad de “La Pasión” (así es como se nos conoce desde 1964, pues en principio se denominaba de “La Santa Cruz”, por coincidencia de nombre con la de “La Pasión y San Mateo”) tiene su sede en la iglesia parroquial de San Miguel y Santa Gema de los PP. Pasionistas de Santander, calle Nicolás Salmerón, nº 1, procesionando con “La Virgen de la Amargura” en la tarde-noche del Martes Santo, que sale al encuentro del “Señor de la Misericordia” en la Plaza Porticada. También hace estación Penitencial frente a la Catedral en la tarde-noche del Viernes Santo, precedida del Paso del “Descendido”, que sólo procesiona este día, acompañados de veintisiete nazarenos infantiles, treinta y siete juveniles, y sesenta mayores”.

Por otro lado, la imagen del “Señor de la Misericordia” o “Cristo de las Melenas”, como todo el mundo le conoce ya que el rostro va adornado con una peluca de pelo natural, es también de las más antiguas que se conservan en la ciudad. Realizada en 1925 por José Reixa en sustitución de aquel “Cristo con la Cruz a Cuestas” que realizara Coullaut Valera en 1911 y que destruyó el fuego que asoló al viejo templo de San Francisco en 1920, se salvó milagrosamente de su destrucción en 1936 al esconderlo de la barbarie humana junto con la imagen del “San Juan” y del “Cristo Yacente” – las hordas nunca llegan a pensar por sí mismas, como todo el mundo sabe y conoce –. Ya más adelante en el tiempo, señalar que mientras la Cofradía de la Inmaculada tuvo su sede canónica en la Iglesia del Sagrado Corazón (Jesuitas) – algo que aconteció entre 1944 a 1975 – este “Señor de la Misericordia” estuvo guardado en un piso que la Inmaculada tenía alquilado en la calle Hernán Cortés, justo encima de la ferretería Jacobo Díaz. Y quiso el destino que el fuego se relacionara de manera indirecta con esta maravillosa imagen, pues al incendiarse por completo en 1971 el Palacio Macho – hoy sede de algunas Consejerías del Gobierno cántabro y también antigua sede del Banco Santander – se temió, y con razón, que el fuego alcanzase las viviendas colindantes, por lo que la imagen salió a la calle para salvarlo de las llamas – es curiosa y divertida la anécdota contada por D. Francisco Gutiérrez Díaz acerca de que mientras el Paso estaba por los pasillos del edificio, los bomberos y propietarios del inmueble, completamente alarmados mientras iban y venían para salvar sus enseres, se tropezaban con la imagen del Cristo al grito de “Usted perdone” o “Buenas tardes, y dese prisa que el fuego está encima” –. Pues bien, esta eventualidad la aprovecharon los Padres Jesuitas para desvincularse por completo de la Cofradía de la Inmaculada – aparte de cobrar el seguro contra incendios –, y tener esta que pedir “asilo” para sus enseres en diversas parroquias hasta recabar en la de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa (Carmelitas).
Esta imagen, que procesiona desde siempre la Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y San Luis Gonzaga, y que “por falta de espacio”, se encuentra actualmente al culto en la Parroquia de San Francisco, tiene un brazo articulado y, en tiempos, este iba dirigido hacia la gente de manera que las crónicas de la época decían “Señor de la Misericordia: tu mano ofrece ayuda; tu mirada, consuelo”.
“El Cristo de las Melenas” se encuentra al culto en la Parroquia de San Francisco, en una de las naves laterales, sobre una mesa envuelta en una gran tela roja, y con una cruz a cuestas. Y ya sea en procesión o en el interior del templo – maravilloso el rostro iluminado únicamente por la luz cenital – es una imagen que conmueve a no poder más. A mí, al menos, me pasa.
En 1989, “El Señor de la Misericordia” fue el protagonista del cartel de la Semana Santa, hecho que recogieron con gran pompa las crónicas de la época – y que es una costumbre ya perdida por los periodistas de ahora. En fin – y que merece la pena rescatar:

“Ángel de la Hoz es el autor de la fotografía del cartel que anuncia la Semana Santa de Santander. Se trata de una bellísima foto del Cristo de las Melenas, imagen habitual en las calles santanderinas durante los desfiles procesionales y que cuida celosamente la parroquia de San Francisco, en pleno centro de la capital de Cantabria.
El coste total de los carteles, trípticos y folletos del pregón de la Semana Santa ha ascendido a trescientas mil pesetas, cantidad en la que ha colaborado el Ayuntamiento de Santander.
Pablo Gutiérrez Abella, vicepresidente y Vocal de Propaganda de la Junta de Cofradías, acompañado de otros miembros de la directiva mencionada, valoró muy positivamente el trabajo artístico de Ángel de la Hoz durante el acto de presentación del cartel, que tuvo lugar al mediodía en el Club de Regatas de Santander.
Ángel de la Hoz, veterano fotógrafo cántabro nacido en Solares, es un destacado profesional en su especialidad, con diversas exposiciones, numerosos trabajos publicados en libros, revistas y prensa, además de coautor de “Historia de la fotografía en Cantabria”.

Periódico Alerta – Semana Santa de 1989

El Prendimiento


En aquellas primeras procesiones que veía de niño, este grupo de imágenes era la que abría el cortejo de la Procesión de la Santa Vera Cruz y Pasión del Señor en el día de Jueves Santo. Verla procesionar la primera, era como el pistoletazo de salida para una historia mil veces vista en el cine que daban por la televisión, y recuerdo que lo que verdaderamente me interesaba era ver las imágenes, por lo que soportar filas y filas de nazarenos portando hachones, cruces, estandartes o demás aditamentos, me parecía como ver una buena película repleta de anuncios por todas partes y continuos descansos para ir al “excusado” – suena a aberración, pero pónganse en mi lugar. Yo, con nueve años –.
De sacar esta imagen por las calles de Santander se encarga la Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Soledad de Nuestra Madre la Santísima Virgen María de la Paloma y San Pedro Apóstol, fundada en el año 1947 tal y como recogen las crónicas de la época:

“Se ha constituido en nuestra ciudad y bajo el Patronato de la Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de los Dolores Gloriosos de la Santísima Virgen María y San Andrés Apóstol, la cofradía que encabeza estas líneas.
Tiene su residencia en la Capilla de los Rvdos. PP. Agustinos, y pertenece a la Parroquia de Nuestra Señora de la Consolación.
La gran actividad desplegada por su Cabildo y Cofrades, hace que pueda tomar parte en los próximos desfiles procesionales con el nuevo “Paso” de su propiedad: “El Prendimiento del Señor”.
Sus nazarenos visten hábitos y capirote negro, zapatos del mismo color con hebilla plateada, capa y calcetines azules y guantes blancos.
Su Junta de Gobierno portará varales plateados rematados con la insignia de la Real Hermandad y los Hermanos acompañarán a su artístico Paso llevando cirios con iluminación eléctrica.
El fin principal de esta hermandad, es contribuir a la epifanía o triunfo de Dios Nuestro Señor en la sociedad y excitar entre los católicos montañeses la práctica del sacrifico y del dolor como fuentes de redención cristiana y credenciales del acendrado amor al Dios-Hombre. Para esto, la hermandad atenderá a promover la mayor Gloria de Dios y el provecho espiritual de los fieles; a difundir el espíritu de mortificación y austeridad de los individuos y en las familias; a apoyar la realización de toda penitencia colectiva que sirva para aplacar la ira de Dios; a avivar el celo por la defensa de Dios y de la Religión hasta el martirio; a fomentar los vínculos de caridad cristiana entre los Hermanos Nazarenos por toda suerte de obras de misericordia y a aplicar sufragios por nuestros hermanos difuntos. Todo ello por medio del culto y devoción a nuestros amadísimos titulares.
Esta Real Hermandad celebra sus fiestas principales: La Epifanía del Señor (6 de enero); Nuestra Sra. De la Paloma (15 de agosto) y el día de San Pedro Apóstol (29 de junio).
La Junta de Gobierno de esta cofradía aspira a que formen parte de la misma, todos los fieles de la Parroquia de Nuestra Señora de Consolación, a los cuales se dirige con este ruego”.

Durante muchos años, la imagen del “Prendimiento”, estuvo alojada en el viejo colegio de los PP. Agustinos de la calle Alcázar de Toledo, pero al trasladarse estos a uno de construcción más moderna en terrenos del Sardinero, pasó a guardarse en los locales del parque de Bomberos Voluntarios, pues la cofradía la integraban los vecinos, comerciantes e industriales de la zona de Numancia, hasta que pasados los años y con la llegada de la decadencia de nuestra Semana Santa – fatídica década de los 70 –, se dejó de procesionar y se pidió a la cofradía que lo desalojaran por “necesidades de espacio” – lo de siempre – y tras varias peticiones por parte de la Junta de Cofradías Penitenciales, la Cofradía de la Pasión fue quien dio alojó definitivamente al “Prendimiento” y todos los enseres de la Cofradía de la Paloma en su sede de la Parroquia de San Miguel y Santa Gema, por lo que en 1982, esta cofradía de se convirtió en filiar de la Cofradía de la Pasión.
Sobre este episodio del Prendimiento, y teniendo bien presente este grupo escultórico que realizaran las Escuelas Salesianas de Sarriá en Barcelona allá por 1947, nuestro insigne Gerardo Diego escribió un poema que recogió impreso el programa de actos de la Semana Santa de 1948:

“Se oye el rumor a lo lejos
de cortejos y cohortes.
Y en sueño pesa en los párpados
de los tres fieles mejores.

Jesús, solo, abandonado,
huérfano, pavesa, Hombre,
macera su corazón
en hiel de olvido y traiciones.

“Padre, apártame este cáliz”.
Sólo el silencio le oye.
La misma naturaleza
que le ve, no le conoce.

“Hágase tu voluntad”.
Y, aunque lleno hasta los bordes,
un corazón bebe y bebe
sin que nadie le conforte.

El sudor cuaja en diamantes
sus helados esplendores,
diamantes que son rubíes
cuando las venas se rompen.

Por fin, un Ángel desciende,
mensajero de dulzuras,
y con un lienzo de nube
la mustia cabeza enjuga.

Ya la luz de las antorchas
encharca en movibles fugas
y acuchilla de siniestras
sombras el huerto de la luna.

Los discípulos despiertan.
Huye, ciega, la lechuza.
Y Jesús, lívido y manso,
se ofrece al beso de Judas.

Recientemente, este grupo escultórico ha sido sometido a una total y profunda restauración que ha logrado recuperar sus colores originales después de varios años en que fue “repintada” con colores fuertes y de más contrastadas transiciones. Ha sido todo un acierto en una época en que nuestra Vocalía de Arte – con la genial Gema Soldevilla al frente – se empeña en lograr el realzar nuestras imágenes asesorando a las cofradías a la hora de buscar y encontrar restauradores acertados e idóneos para rescatar a esas imágenes de mi infancia de los trastornos del paso del tiempo.